El fin de agosto, la realidad

27 ago 2023 / 09:00 H.
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Quién nos iba a decir que la muñeca más famosa del universo, Barbie, ¡se enfrentaría a la vida real vía celuloide digital! Y más todavía: ¿Cómo afronta ese feminismo que la aborrece por todo lo que siempre significó? Del “cielo” oficial, todo de color rosa y rodeada de miles de congéneres que la industria juguetera lleva décadas lanzando a las manos de las niñas que las tomaron como modelos, Barbie se enfrenta al “infierno” de lo que siempre la rodeó más allá del mundo de plástico perfecto en el que nació, creció y se ennovió con un tal Ken. La perfección siempre tiene, diríase por definición, un talón de Aquiles, una performance que la hace deseable pero que no se alcanza ni deseándola. Y cuando se tiene, como es el caso de la muñeca Barbie, tampoco todo el mundo rosa es orégano. De pronto la estilizada chica rosa se da cuenta de que sus piececillos siempre están de punta y necesita “de por vida” los zapatitos de tacón que la acompañan en su caja, amén de otros defectillos que no spoilearemos para que la magia del cine no se termine abruptamente. Y, así, sin encomendarse al dios Mattel, decide huir y dejarse caer en ese infierno, en esa otra dimensión que la espera. Monta sus patines fluorescentes y, como Ulises en busca de una soñada Ítaca, Barbie se enfrenta a un camino que la lleva a una crítica sutil pero intensa de ciertos aspectos en los que nos desenvolvemos los “otros” seres no de plástico moldeado. Ya la tenemos con sus zapatos planos y con Ken acompañándola en su “huida”. No solo ella va a descubrir ese otro mundo, quizá inframundo si se ve desde arriba como ella cree, sino que su compi Ken verá, con regocijo, que fuera del envoltorio florido de su alma de juguete existe eso llamado la masculinidad y se da cuenta de que no es el accesorio de ella, ni de nadie. Claro que de ahí saca la idea de volver a Barbieland, para transformarla en un patriarcado. Otro tinte infernal que añadir a esa especie de “descensus ad ínferos” que bien podría pasearnos, con el viejo Dante, por esos círculos cada vez más profundos en los que el espejo deformante de lo que fuimos, de lo que presumimos, de lo que quisimos ser en la superficie, nos devuelve una imagen que no siempre reconocemos como nuestra.

En ese juego mitad comedia, mitad reivindicación, mitad alegoría, mitad crítica social -la realidad es un poliedro inmenso con muchas mitades- el espectador, nosotros, debemos relajar las mandíbulas y sonreír o fruncir el ceño en según que momentos. Nuestros mayores solían decirnos que “el infierno y el cielo están aquí mismo”. Mulder y Scully nos recordaban en su “Expediente X” que “la verdad está ahí fuera” y Paul Éluard escribió que “hay otros mundos, pero están en este”. La realidad no está en Barbieland pero sí abriendo sus puertas. Los muñecos “se hacen carne” a su manera y el rosa se torna mucho más multicolor si no en su gama cromática si en cuanto a significados. Las llamas del idílico infierno, no cabe duda, pueden ser de color rosa. También el cielo. A Barbie la expulsan por no responder al modelo de perfección que debería representar. Y ella, en fase de asumirlo, se enfrenta a sus propios miedos, se pregunta por la muerte y ondea su larga cabellera al viento real. ¿Qué es ser una mujer? ¿Y un hombre? Barbie y Ken están a punto de descubrirlo.

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