El estafador
No me imagino a nadie tratando de decepcionar a otro alguien. Es la decepción un sentimiento propio que se genera en aquel que ve sus expectativas caídas frente a lo que la realidad le presenta. Nace sólo en el individuo que se siente decepcionado pues ya se ve que el decepcionante no puede hacerlo adrede, y la responsabilidad sólo recae, por tanto, en el decepcionado. Decir, por ejemplo, visité tal sitio y quedé decepcionado. O bien decir yo esperaba más de fulanito pero me ha decepcionado. En ambos casos se atribuye la decepción a una ciudad o a una persona. Quiero decir con este lío que los límites a la admiración son puestos por el decepcionado, que le impone grandes metas al decepcionante cuando este ni las conoce, ni las ha buscado, ni las tiene por qué conseguir solo para agradar al susodicho. Pero toda regla tiene su excepción, pues las nuevas tecnologías permiten a determinadas personas exponer públicamente sus pretensiones y grandes metas, sin que por ello estén obligados a cumplirlas. Un simple cambio de opinión le salva del incumplimiento de la promesa y de esta sutil manera le salva también de la decepción de quienes se la creyeron ingenuamente. Ejemplos los hay a montones y se llega a la conclusión inevitable de que el que se impuso grandes objetivos y los hizo públicos atrayendo apoyos a su objetivo escondido, no es ya un simple decepcionante, sino el más puro estafador.