El espigón

    29 ene 2022 / 17:23 H.
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    La conocí paseando por el espigón de Cádiz. Paseando ella. Yo no. Yo miraba al mar desde la terraza del bar. Tras una noche malvivida de mal en mal, amanecía un domingo de carnaval. Yo estaba solo, cómo no, y me pareció ver que un vestido blanco de pelo negro se movía al ritmo del viento que achicaba mis ojos enrojecidos de escupir y escupir la manzanilla traicionera de Sanlúcar que brillaba al trasluz del primer rayo de sol de aquel frío amanecer. Como un punto de espuma de ola rota, iba y venía según el viento le decía. Una vez dejó de ir y solo vino. Vino y se sentó frente a mi vino diciendo que me había visto bebiendo vino dos horas antes en los escalones de la puerta de la catedral. Quedé sorprendido. Jamás había perdido una Venus, y que eso me ocurriera precisamente en Cádiz me dejó preocupado. Pregunté como si nada que donde estaba ella para que yo no la viera. Y ella, como si nada, me contó que estaba en el escalón de atrás bebiendo a solas una botella de manzanilla de Sanlúcar como yo. Sin movernos de la orilla le hablamos a las arenas saladas que manchaban nuestros pies. Se fue. O nos fuimos. No lo recuerdo. Ya en el tren me dijo que la culpa era suya. Que todas las culpas eran suyas. Pero no la creí. Y no fue un sueño. Lo juro.

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