El ejemplo arrastra
Hace unos días tuve la necesidad de llevar a una de mis hijas en coche al Instituto. El trayecto no es muy largo pero lo suficiente como para tener que parar en algunos semáforos. Pues bien, en dos de ellos, mientras esperaba la luz verde para continuar la marcha, dos coches se los saltaron con intencionalidad, y con niños dentro, que me imagino también irían camino de sus respectivos centros. Quizás parezca una tontería, pero a mí me hace pensar. Me fastidia llevar a mi hija a su centro educativo, en el que se transmiten valores de convivencia, y en pleno camino se tope con ejemplos de todo lo contrario. Me duele que por las prisas y amparándose en el “no pasa nada”, los adultos, los que tenemos que dar ejemplo, seamos unos incoherentes. Vale que todos tenemos derecho a equivocarnos y rectificar, pero me preocupa la cantidad de veces que no somos buenos ejemplos de coherencia para con nuestros hijos, con los más jóvenes, con los compañeros de trabajo, con los amigos, etcétera. El ejemplo que hoy traigo a estas páginas de opinión bien se puede extrapolar a otras situaciones de la vida. En el trabajo, en el colegio o instituto, en la casa, en la parroquia, en la asociación, en la calle, todos, de una u otra forma, educamos y nos educan. Con nuestra forma de pensar, de hablar, de gesticular, de actuar, tenemos la capacidad de transmitir valores que nos sirvan para convivir de forma sana, saludable y respetuosa o, por el contrario, podemos trasmitir razones egoístas que nosalejan del bien común. Es el eterno dilema de predicar con el ejemplo. “Las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra”, menudo trabajo nos cuesta ponerlo en práctica o, ¿de verdad nos interesa predicar con el ejemplo? “Las palabras tienen el poder del convencimiento oído, pero el ejemplo tiene el poder de la verdad vista y vivida”. La mayoría de las cosas las hacemos para sobrevivir, cuando lo realmente importante es vivir, que es infinitamente más que sobrevivir. Somos espejos en el que nos miran, podemos reflejar una vida que merece la pena ser vivida o una vida superficial, mediocre y embustera.