El dramaturgo de Jaén

19 mar 2016 / 10:20 H.

El dramaturgo Jesús Campos es de Jaén, no sé si ejerce o no de jiennense, pero lleva su acento de Jaén por todos sitios, con mucha potencia de “jotas”, pese a su edad y que ha vivido casi siempre en Madrid. Se trata de un dramaturgo sublime, uno de los mejores autores de teatro de España, aunque pertenece a una generación —nació en Jaén en 1938— a la que primero persiguió el franquismo y después ignoró, sorprendentemente, la democracia. Jesús Campos es un superviviente del teatro, un luchador, un escritor extraordinario. Acaba de estrenar en el teatro María Guerrero de Madrid, del Centro Dramático Nacional —¿la sala teatral más importante de España?— su obra “Y la casa crecía”, una pieza sobre la crisis económica, los excesos, los poderes ocultos. Asistí al estreno, un éxito, en el que Jesús Campos, al final, explicó que recuperaba una vieja tradición que ha caído en desuso en el teatro: Que el autor salga a saludar al final de la representación y dedique unas palabras al público desde el escenario. Habló con humor y desde la ironía. Y con cierta amargura, que trató de ocultar. La verdad, no sé qué decir del teatro de Jesús Campos. Mejor: Qué no decir. Pertenece a esa amplia generación de dramaturgos —entre los que ha sido el mejor o uno de los mejores— que han quedado incomprensiblemente, injustamente, ocultos en la historia última del teatro español. Jesús Campos estrenó su primera obra, “Nacimiento, pasión y muerte de por ejemplo tú”, en 1974, en el teatro Alfil de Madrid. Tuvo que suprimir algunas cosas del texto —pocas—, obligado por la censura, pero la noche del estreno se encontró que en el pequeño vestíbulo del teatro había unos 18 policías uniformados con la misión de dificultar el acceso del público a la sala. “Era una obra rara, no la entendían, y preferían que la gente no la viera”, me dice. En 1976, mientras se ensayaba su obra “7.000 gallinas y un camello”, ardió el teatro español. El entonces alcalde, García Lomas, se acercó para gritarle: “Lo mismo que he acabado con las casas en ruinas del Madrid cochambroso, voy a acabar con el teatro de mierda de los intelectuales”. Jesús Campos ha tenido una carrera llena de estrenos, de publicaciones y de premios, pero siempre cuesta arriba. Ahora, decíamos, está en el María Guerrero. “Y la casa crecía” es una alegoría, con una escenografía impresionante, elaborada por el propio Campos, una obra en la que la casa crece y crece delante de los ojos del espectador. Trata sobre una pareja, que viene de sufrir las estafas de los sellos y de las preferentes, que alquila esa casa inmensa por solo 100 euros al mes. Pero el contrato les obliga a limpiarla. La casa crece. Los muros aumentan su tamaño, cada vez hay más muebles, y al principio los protagonistas contaron 15 dormitorios, luego 17, y finalmente más de 30. La mujer se lamentará: “¡Cómo echo de menos un apartamento!”. La obra tiene un inicio con diálogos y situaciones que remiten a Jardiel Poncela, y un final de auto calderoniano, con situaciones del absurdo, barroquismo disparado, y una angustia apaciguada con el humor. Algún día, habrá que investigar los motivos por los que el teatro de Jesús Campos y, de algunos compañeros de generación, no se estrenó con normalidad. Y, puede que en el momento en el que abramos esas habitaciones oscuras, y hasta ahora cerradas, del teatro en España encontremos cosas terribles.