El don de la ubicuidad

    11 oct 2023 / 09:11 H.
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    Dicen que Dios está en todas partes. Seas o no creyente, puedes adivinarlo en la sonrisa de un niño, la tierna mirada de un enamorado o la magia de un buen libro. Pero, por suerte o por desgracia, Dios no es el único que tiene el don de la ubicuidad. Existen ejemplos más mundanos, como las omnipresentes bacterias, que lo cubren todo por miríadas, desde el agua y la tierra o el interior de los seres vivos hasta el último centímetro de nuestra piel. Pero el culmen de la ubicuidad es la maldad. La encuentras a cada paso que das y, como Dios, tampoco muestra su rostro. Anda por doquier disfrazada, pero a diferencia de la bondad, que siempre es infinita, presenta distintos grados, desde un pellizco de monja hasta las más altas cotas: envidiosos, mentirosos compulsivos, ladrones, acosadores, pirómanos, asesinos, pederastas, violadores y odiadores profesionales... A veces incluso, como una eterna broma macabra, se manifiesta en forma de un político felón, arrogante, soberbio, ambicioso y traidor. Mal rollo ese. Y lo peor es que, parafraseando a Sartre, lo más aburrido del mal es que uno se acostumbra. La maldad está en todas partes, es ubicua, como Dios, como el dolor, el llanto, la risa o el amor. La belleza de la vida depende de la justa proporción.

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