El dedo culpable

11 feb 2021 / 15:41 H.
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Llego a un parking cualquiera y ya comienzan los problemas, pues he de pulsar la tecla para que salga el recibo. Como si fuera una situación cómica, una vez pulso la tecla, ¿qué hago con el dedo? He de girar rápido por los vericuetos del parking y a la vez no tocar el volante, o ponerme el gel cuanto antes y frotar bien el dedo para que se elimine el virus, en caso de que estuviera ahí. ¿Y cómo no va a estar ahí, en ese botón mugriento que habrán tocado miles y miles de personas en estos últimos meses? ¿No va a haber alguien infectado que, después de haberse tocado la boca o la nariz, haya presionado el botón y dejado ahí impregnado el maldito coronavirus, que es tan letal y que se propaga tan rápido en cualquier tipo de superficies? ¿Cuántas horas dura activo el virus ahí pegado? ¿Alguien me podría ayudar? ¿Qué hago?

Pero no es solo ahí, porque en el supermercado también, cuando hay que pulsar cualquier número con la tarjeta de crédito, o no sé cuántos lugares más. ¿Qué podemos hacer con este dedo culpable, este pobre índice que no sabe dónde meterse, este dedo que no puede desaparecer en esta mano que no podemos cortar, y que posee —o puede poseer— el rastro fehaciente de la pandemia?

Así que voy con sumo cuidado de no tocar nada, ni el teléfono, ni la puerta del coche o la cartera, ni meto la mano en el bolsillo, en la chaqueta o en el pantalón, porque de lo contrario este dedo malhechor, este dedo que me trae de cabeza, se puede volver contra mí mismo, señalándome, y podría llevar latente el virus y estar autocontagiándome, por ejemplo, con el manojo de llaves, el cual después tendré que limpiar con esmero con un spray potente para higienizarlo, dejarlo reposar para tocarlo más tarde de nuevo con tranquilidad, sentirme seguro. La tranquilidad, la rutina, la normalidad, el aburrimiento de las tareas cotidianas, ¿cuándo llegará? Si he tenido la suerte de no tocar nada, cuando salgo a la calle o a un comercio y me dan un recibo tras la compra, o tengo que recoger algo, ¿cómo proceder correctamente cuando lo recojo? Al parecer untarse las manos con gel no es una cuestión banal, rápida y a la ligera, sino que hay que frotar y frotar durante al menos un minuto, porque de lo contrario el virus no muere. Y en ese minuto hay desde geles que no tardan ni media hora en disolverse, aceitosos y pringosos, y otros que parecen aguachirri... ¿cuáles inspiran suficiente confianza? Los hay con olores ricos, con olores raros o inodoros, los hay transparentes o azules, o con matices verdosos. Como bien se sabe, de todo hay en la Viña del Gel.

No queda otra que seguir apuntando no sé si hacia el pasado infame o hacia un futuro no demasiado esperanzador. Un dedo culpable de haber tocado ese botón en alguna parte, de haber sido el causante digital de tanta propagación viral, ese dedo que —según dicen— en política se sigue usando para las más turbias designaciones. Un “dedazo”, se suele argumentar para denunciar pucherazos, quiero decir, fraudes. Dedo elegido a dedo, y que se pone en la llaga. Ya se sabe que ningún dedo hace mano, ni una golondrina verano... Por lo que poco más se halla en nuestra mano que nuestros dedos, hemos de tener cuidado y consolarnos con la filosofía, no tocar nada ni lo más levemente. No crean, por último, y que quede subrayado, que aquí nos chupamos el dedo. El dedo acusador, claro. Faltaría más.

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