El de la barba blanca
Claus o Melchor? ¿Reno o camello? ¿Oriente o Laponia? Difícil elección. Aunque, dicho sea de paso, siempre quise ser “el de la barba blanca”. Ahora, cosas del calendario, ya la tengo de ese color, así que puedo darme el gusto de elegir. En la nostalgia de la infancia gana por goleada Melchor. Su porte majestuoso, su corona brillante, su camello abriendo el cortejo, el reflejo de la nieve —entonces nevaba, fíjate— en su barba impoluta, el armiño suave de su capa, el guiño de su mirada al encontrarse con la tuya, algo aterida pero repleta de ilusión... Todo él exhalaba majestuosidad no exenta de ternura y ensoñación. Avanzaron los años y se presentó en sociedad otro personaje también adornado con su nívea barba. Este dispone de nomenclaturas diversas, desde Santa Claus a San Nicolás pasando por Papá Noel. Su porte se aleja de lo majestuoso para hacerse cercano. Se cubre con un gorro del mismo color que su roja indumentaria, aunque dicen que hubo un tiempo en que era verde hasta que los publicitarios de cierto refresco le vendieron el traje “colorao”. En lo que sí coincide con Melchor es en su abultada barriga. No sabemos si cervecera o resultado de la ingesta de las viandas, presentes y chupitos que se le dejan nocturnamente y con alevosía. Claro que esas tentaciones festivas también se depositan cuando se espera la llegada de Melchor y sus camaradas de viaje. En un caso cerca de la chimenea —suponiendo que la tengamos—, en otro al lado de ventanales y balcones que sabido es el arte de los camellos y renos en escalar muros de la más variopinta estructura o, en su defecto, para descender por estrechas chimeneas conteniendo la respiración. Y llega el momento de decidir. Traje de ricos oropeles o camisón rojo con borlas y ribetes blancos. Corona de perlas o gorro “de dormir”. Claro que, ¿acaso el hábito hace al monje? Dicen que no. Y cuánta razón lleva el viejo refranero. ¿Es más simpático un aguerrido reno o, por el contrario, lo es el camello curtido allende los desiertos? ¿Se va mejor en trineo o a la grupa de la joroba, o jorobas, de los acompañantes de los Magos? ¿Tienen una joroba los camellos o son quizá los dromedarios? Entramos en disquisiciones de alta matemática zoológica, aunque el chip del recuerdo escolar nos dice al oído que los camellos tienen dos jorobas y los dromedarios solo una. En la próxima cabalgata habrá que estar atento al tema y dilucidarlo convenientemente pero mientras tanto sigo con la duda. ¿Quién es capaz de hurgar en mi viejo corazón de niño y llevarlo de vuelta a la magia? ¿En los ojos de quien quiero verme reflejado en mitad de los sueños? Lo siento Santa Claus, pero me quedo con mi querido Melchor y su camello. ¿O era un dromedario?