El cuarto de los trastos
Aquel cuartucho desolado, prescindible, que poseían algunas familias con posibles, para guardar y casi siempre olvidar, sus reliquias del pasado, sus pertenencias inútiles, removidas por un presente innovador y sobre todo consumista. Ahora, para edulcorar su función, que no es otra que apartar las molestias de nuestras adquisiciones y recuerdos baldíos, se les llama sencillamente trasteros y se venden con descaro y sustancioso precio, como un complemento ideal e imprescindible para las parejas que quieran fundar un hogar que se precie. El trastero es un limbo, la antesala que nos lleva siempre a los contenedores de los puntos limpios. Cuantos eufemismos utilizamos para evadir nuestras incoherencias. He visto en los trasteros, algunos ancianos achacosos, muchos animales de compañía, y cada vez más libros, sí, esos que se leen pasando las hojas de papel. La España vaciada es la España del trastero. En Jaén capital, tenemos en el cuarto de los trastos, el balneario de Jabalcuz, el paraje de los Cañones, y algún tranvía oxidado, y en la provincia habrá más de lo mismo. Ahora, he de callar, no quepo en esta columna, me temo que empiezo a ser un trasto.