El comercio y la literatura

    21 sep 2024 / 10:35 H.
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    Todavía encuentro en las librerías de nuestra ciudad una especie de sensación casi mística al adentrarme en ellas, uno sabe que se adentra en una especie de templos de la ciencia y la sabiduría. Personalmente me gusta su olor, el olor a libro nuevo. Me gusta también ese ambiente en el que apenas hay ruido, nunca entendí por qué la gente controla su volumen de voz al entrar en ellas si nadie nos manda callar ni guardar el silencio de las bibliotecas. Pero es agradable escuchar charlas a media voz y oír las hojas que alguien pasa con calma. Muchas veces al entrar me brota una curiosidad inmensa por lo que me puede estar esperando dentro: un título nuevo, la reimpresión que esperé meses, el libro que quise volver a leer. Con la gente que encuentro me pasa lo mismo, pienso si allí dentro hallaré a alguien junto a mi estantería favorita, si me recomendará un libro, si no lo volveré a ver nunca más o si me enamoraré. Hay que ir más a nuestras librerías porque son una fuente de inspiración como lo puede ser visitar un monumento, una galería de arte o el ir a un concierto. Son una fuente de ideas impresas. Nuestras librerías son lugares para entrar y disfrutar. Pero siempre me viene a la cabeza lo mismo, sobre todo, en los supermercados de libros de las grandes superficies y en las nuevas librerías que no se parecen a las tradicionales, observo con tristeza cómo se está pulverizando la literatura. El modelo tradicional de librería no vende el mismo tipo de libros que venden los supermercados de libros de las grandes cadenas y factorías de las mal llamadas librerías. Aquí se venden, sobre todo, superventas, libros que están tres meses en las estanterías y que al cabo de esos tres meses desaparecen para siempre y son reemplazados por otros similares.

    Los superventas no son literatura, son productos comerciales que, además, y esto es lo más triste, están reemplazando la idea de literatura. La literatura es un discurso, un arte, una técnica, un procedimiento, un género que resulta mucho más difícil de manipular que otros. Hay que meter el dedo en la llaga y decir a las claras que esos libros no son literatura. La literatura es una construcción humana y, por supuesto, una construcción racional que brota de la razón humana y no del irracionalismo, que no nos engañen con cuentos. Aunque existan obras literarias aparentemente irracionales, ese irracionalismo es un irracionalismo de diseño muy racional. Dadaísmo, surrealismo y tantos otros ismos que aparentemente discuten la razón, en realidad, son construcciones muy sofisticadas hechas por la razón humana. La literatura, frente a otras modalidades estéticas que se dejan prostituir fácilmente por sistemas ideológicos, se caracteriza por ampliar los límites de la libertad humana enfrentándose dialécticamente a través de mecanismos de poder a otros mecanismos de poder alternativos. Es cierto que esto no sucede en algunas formas literarias como el teatro, el cual se adapta muy bien a los imperativos políticos, también la mal llamada literatura que expone programas políticos. Cuando miremos los estantes de esos supermercados de libros debemos saber que, por ejemplo, la literatura infantil no existe, tampoco la literatura feminista o tantas otras tantas literaturas con adjetivos. La literatura feminista no es más que una invención mercantil y editorial para vender determinados libros a determinadas mujeres. Lo mismo que la literatura infantil no es más que un invento mercantil para que determinadas personas compren determinados libros a sus hijos o alumnos.

    Cuando se adjetiva la literatura en ciertos términos es una impropiedad. La literatura comercial no es literatura y la literatura no se puede comercializar porque no nace para el comercio. Pero en nuestra época, donde ha triunfado una visión luterana y anglosajona de la vida, se está pulverizando la literatura. Ahora, lo que no es comercial no es literatura. El dinero no puede ser en todos los contextos la medida de todas las cosas. El racionalismo económico no puede comérselo todo, a menos que falsifique la realidad.



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