El caso Galilei
Pocos sabrán que Galileo Galilei, considerado por muchos como el padre de la ciencia moderna y del método científico, estuvo a punto de convertirse en sacerdote. Así fue, tuvo que ser rescatado por su padre a los once años de edad del monasterio de Santa María di Vallombrosa, donde había sido enviado para estudiar teología y otras ciencias, alegando falta de cuidados en el muchacho, debido a una dolencia en un ojo. Y, paradojas de la vida, con ese mismo ojo descubrió, ayudado por su invento, el telescopio, que los cuerpos celestes danzaban en un baile de órbitas elípticas, desafiando así la visión geocéntrica del universo defendida por la Iglesia. La Santa Inquisición, con sus siniestras sombras, lo acusó de herejía, abriendo un proceso contra él, y su libro “El Diálogo” fue incluido en el Índice de libros prohibidos. Fue obligado a adjurar de rodillas de sus descubrimientos bajo amenaza de tortura y condena. Al levantarse fue cuando pronunció su ya famosa frase: “Y, sin embargo, se mueve”. La historia de Galileo nos recuerda a la eterna lucha entre el conocimiento y la ignorancia, entre la razón y la fe ciega. Su legado nos invita a reflexionar sobre el valor de defender nuestras convicciones, incluso cuando se enfrentan a la intolerancia y la opresión.