El cargador de la poesía

15 dic 2024 / 09:26 H.
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A veces, casi siempre, la poesía viene cargada. Así, sin adjetivos. La poesía es como ese artilugio al que conectamos el móvil cada noche. Y la electricidad poética nos llena los pulsos, los latidos, la mirada. La sangre nos recorre con especial alborozo, la pupila se abre ante su luz —no se cierra como sería lo habitual— y la piel se nos eriza con la descarga de cada verso.

No hace falta más. Cuando algo falla ahí está la poesía para mantenernos a flote. Habrá incrédulos que achacarán su remontada a remedios de muy diversa índole, incluso nacidos de la farmacopea, pero se equivocan. Pongámonos a cargar en el enchufe del poema y disfrutemos de la corriente que, a buen seguro, nos elevará el tono muscular, neuronal y lo que menester fuese.

Y cargados hemos regresado de una de esas escapadas a la “capital” en busca de varios chutes culturales en vena. Nos han deslumbrado ciertos “Pilares” de Ken Follet devenidos en musical de Broadway, las “Luces de Bohemia” valleinclanescas del Teatro Español y, en especial, el verso, la vida, la luz de Miguel Hernández en ese montaje titulado “Para la libertad” que, recién estrenado en el Reina Victoria, nos ha cargado las baterías, aflojado alguna lágrima y enfervorizado el espíritu jaenero.

Tres objetivos conseguidos con la carga fluctuando entre el 100 y el 200 % ya que, como un plus de innegable potencia, la banda sonora, en riguroso directo, olía, sabía y derramaba esencias de Serrat.

Cuando Miguel y Josefina toman asiento en una de las plataformas del decorado y se colocan frente a una vetusta máquina de escribir sabes que esa imagen te suena, comprendes que, de un momento a otro, tu tierra se va a adueñar del texto, del público, del aliento entrecortado del espectador que ya conoce el siguiente paso de la escena.

Y, en efecto, Miguel habla con Josefina y recuerdas aquel 12 de marzo del 37 en que llegan a Jaén, apenas unos días de haberse casado en Orihuela. Y rememoras las veces que has pasado por la Calle Llana, número 9, llámese como se llame hoy en día, mientras miras a lo alto por si divisas la azotea en la que se hizo la foto que ahora ves en el escenario. Sabes que Miguel había sido nombrado comisario de propaganda en el “Altavoz del Frente Sur” y crees escuchar el repiqueteo de las teclas de la máquina que ella golpea al dictado de Miguel y aun vestida de luto por el asesinato de su padre.

El escenario gira y, en otro calambrazo de poética intensidad, Miguel mira a Josefina y, lentamente, con un papel en las manos, se dispone a leer unos versos que ha escrito. Y es entonces cuando el éxtasis del cargador poético se calienta todavía más y, en el silencio de la sala, cuando se atenúa la música de Serrat, se oye con una cadencia extrañamente sutil el verso completo que rara vez disfrutas en su inmensa realidad: Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos? Cuando lees este himno lo escuchas muy dentro pero cuando es el propio Miguel quien, en la ficción, te lo susurra... te controlas para no alzar la voz y declararte de esa tierra que alaba el verso, gritar que Jaén corre por tus venas, corear el verso hasta enjugarlo con la lágrima que brota desde el alma profunda que suena a oliva movida por la brisa. Y no desenchufamos el cargador. Ahí sigue. Seguimos.

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