El buen árbol
Crecí bajo un parral que asomaba a una calle donde bullía la vida abrazada a la sombra de un árbol. El camino a la estación era una carretera flanqueada de moreras que surtían de pasto a los gusanos de seda, la higuera loca del llano daba dos cosechas marcando el calendario de brevas a higos, los granados en cielo azul eran testigos de hurtos ingenuos junto a una alberca y el tronco vencido de un chopo era el trampolín previo al chapuzón en un río. Un pino se convertía en árbol de Navidad y el álamo gordo de la vega llevaba al camino de una tierra prometida donde el almendro y el cerezo vestían de flor la primavera. Y en medio del paisaje siempre el olivo, símbolo de amor a la tierra y la alargada sombra inmortal del ciprés para arropar de silencio el descanso eterno. Hoy al mirar mi calle no veo ni verde árbol ni dulce sombra que aplaque el ardor iracundo que emana del cielo y la tierra mientras en el horizonte se vislumbran oscuros paneles. No quedará otra que poner colorados a los políticos de turno, que siempre buscan el buen árbol y la mejor sombra, recitándoles por Lorca aquello de verde que te quiero verde.