El bucle obsceno del egoísmo

21 may 2020 / 16:20 H.
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La economía está por encima de las personas. Pero no poco. Una de las frases típicas del poshumanismo afirma que el ser humano se encuentra sobrevalorado. O sea, que es prescindible. Ojo: no que yo quiera o desee eso, sino lo que es. ¿Parece demasiado fuerte la afirmación? En el fondo, se presenta como una suerte de extensión o variante de aquella “banalidad del mal” de la que hablara Hannah Arendt, y sin exagerar. Lo vemos y comprobamos día a día, cuando se prioriza cualquier tipo de libertad a la responsabilidad individual, eje nuclear del liberalismo filosófico, y no de las estribaciones perversas del capitalismo tardío. Desde marzo, y más desde
EE UU, asistimos como nunca a la reivindicación de la responsabilidad individual tanto para circular por donde a uno le plazca, infectar a los demás con las enfermedades que sea, como para morir en caso de ser infectado: es mi responsabilidad, espetan, quedándose tan panchos. Pero las responsabilidades individuales acaban donde comienzan las colectivas, de modo inversamente proporcional, y no hay libertad sin responsabilidad. En última instancia, de poco vale el contrato social, ese que en teoría rige los destinos de los ciudadanos de manera horizontal, cuando lo que manda es la verticalidad de los dineros. Ay, sí, los dineros, qué plural más expresivo, a lo siglo XVII. Como decía un banquero, el dinero nunca sobra de ningún sitio...

En una situación de emergencia como la que vivimos, vuelven a aparecer —como por ensalmo— palabras como Salud Pública o coberturas sociales, que en los países ultraliberales o que no han desarrollado una estructura de protección, por mínima que sea, ha dejado ya millones de personas a la intemperie. Me refiero a que cualquier contingencia se resuelve solo desde el punto de vista privado, es decir desde el punto de vista de quien tiene dinero y quien no lo tiene, de quien puede pagarse unos medicamentos, una intervención quirúrgica o someterse a un tratamiento. Es grave la pobreza y la miseria, qué duda cabe, pero mucho más la indiferencia —amén de ser poco cristiana— de los que miran hacia otro lado, porque son cómplices de lo que ocurre. Y aquellos que refuerzan los círculos del poder o miran desde la barrera, cómodamente resguardados.

Aviso para navegantes: llama la atención que, paralelo a las alarmas apocalípticas y a la asepsia interpersonal, volviéndonos cada vez más ajenos a nosotros mismos, se nos ande amenazando con los riesgos, peligros y desastres que implica la coyuntura que atravesamos. Si no hubiera habido un partido de izquierdas en el gobierno, entonces ¿se pagarían ayudas de desempleo y se asegurarían los servicios sociales, tal y como está sucediendo? No entremos en hipótesis, porque no nos llevan a ningún sitio, y más sabiendo de antemano que las crisis —del cariz que sean— no se afrontan lo mismo dependiendo de quién las gestione. O sea: que no se acepten donaciones ni clase alguna de caridad. Solo pido justicia, ¿alguien escucha? Se habla bastante, en ese sentido, de lo que sucederá tras el coronavirus, y está clarísimo que debe haber más Estado, escrito con mayúsculas, en tanto que se han de reforzar las estructuras colectivas y articular y asegurar un sistema que ampare y beneficie a la gran mayoría, y que redistribuya la riqueza. Solo así saldremos de este agujero distópico. El bucle obsceno del egoísmo.

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