El Brexit y nosotros

12 sep 2019 / 08:15 H.

El pasado mes de mayo visité Londres y vi a Jeremy Corbyn. Quiero decir que estuve de turista en Westminster, frente al ilustre Parlamento británico y el Big Ben, en obras, y justo en la plaza el líder laborista dio un discurso a una pequeña multitud que se reunía a favor de la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Por lo que entendí, le aplaudieron. Al terminar su intervención, Corbyn salió por pies literalmente rodeado de bobbies, esos policías sin pistola que todo el mundo respeta, y regresó al Parlamento. O sea, que estuve en Londres y vi a Corbyn, pero de lejos. Por cierto, en “Parliament Square” erigieron estatuas como la de Gandhi. He ahí el particular sentido del colonialismo británico. ¿Alguien imagina una efigie de Simón Bolívar frente a las Cortes?

Menudo y avispado, entre otras virtudes, Corbyn renunció a su izquierdismo ya desnatado al día siguiente de auparse como número uno de la oposición, confundido por deseos ideológicos más allá de la socialdemocracia, y con la espada de Damocles de los socioliberales, los cuales le han comido terreno en las encuestas, firmes defensores de la permanencia en la UE. Casado en terceras nupcias con una mexicana, y anteriormente con una chilena, se ve que aprendió y perfeccionó el idioma de Cervantes —también de Pablo Neruda y Octavio Paz, entre otros— siguiendo escrupulosamente el método horizontal. Lo que no parece tan claro es su apuesta por Europa...

Más de 30 años después de los primeros Erasmus, el proyecto europeo sigue estando cuestionado en la encrucijada de sus aspiraciones sociales y las exigencias económicas, por una integración que no llega pero que tampoco se aleja, y por una postergación de lo que tiene inevitablemente que venir que, más que una esperanza, se ha convertido con el paso de las décadas en una suerte de rémora que arrastra una gran estructura administrativa y burocrática a la que no le vemos demasiado sentido. A ver, ¿para cuándo el pasaporte europeo? Eso debe ser una realidad a corto plazo, teniendo en cuenta que poseemos una moneda común: ¿por qué no lo ponen en marcha? Las necesidades identitarias de pertenencia son tan importantes —y según qué casos— como la comodidad, pues hablamos de sentimientos, y si no que se lo digan a los ingleses. Marcan. Probablemente ahora, ante una movilización social y de los partidos abrumadora, no saldría de las urnas el Brexit, pero el resultado que nos trae de cabeza ahí está, sin horizonte de arreglo posible. O con mal arreglo, en cualquier caso.

El neoliberalismo golpea fuerte: la desmovilización del electorado, la desmotivación ciudadana, la apatía generalizada, son algunos de los efectos corrosivos de un sistema que nos oxida y acaba con nuestros vínculos colectivos, encerrados en una torre de marfil individualísima donde nuestro ego se encumbra hasta lo infinito.

La democracia británica, modelo universal, no siente pudor para dar un portazo al Parlamento —reina mediante— y cerrarlo varias semanas para entorpecer y embarullar lo que está sucediendo, que no es moco de pavo. Se trata de una medida sin precedentes que nos da viva cuenta de la excepcionalidad de la situación. El mismo Reino Unido del Estado del Bienestar, del “punk” y los barrios obreros asolados por la droga, ese que en cada puerta dejaba una botella de leche y el periódico en papel, todo eso que ya no existe.