El atropello verbal (II)

    16 nov 2023 / 09:45 H.
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    Como decíamos anteriormente... seguiré con las consecuencias del atropello verbal. Imitando a algunas figuras y figurillas, y a sus chismes inconsistentes y molestos, estamos asimilando y empapándonos de las deformas. Todo se mal argumenta, todo se justifica. Y a todos los niveles, desgraciadamente. Desde la ventanita de la televisión lo hemos trasvasado sutilmente a las tertulias de amigas y amigos, tomando café o con el carrillo de la compra; en la casa o en el trabajo; en los foros de opinión o en las aulas; en los centros deportivos o en los parques de recreo. Y, sobre todo, en los que rigen las comunidades y parlotean en público para que se les oiga. O desoiga, vaya usted a saber. Hay algunos escenarios en los que retumban las frases, con su tono, timbre e intensidad, entorpeciéndose unas a otras.

    Se difunde, con la aquiescencia de la mayoría, una normativa primaria, unas reglas arcaicas, basadas en la fuerza de la palabrería y el dominio autoritario de los que más pueden. Queda muy lejano ya lo que aprendimos y practicamos durante décadas. En la actualidad, el atropello verbal se sirve en bandeja, de forma gratuita. Lo maléfico es que buena parte de los adultos sabe discernir perfectamente estas ofertas engañosas. Pero por un oído entra y por otro sale.

    Preocupa sobremanera el contagio entre la gente joven, cada día más liberada de la rigidez de la pauta. Se quiere suponer que es deficiente la lucha contra estas “lindezas” de la fragilidad humana, más propias de la tosquedad. O acaso nos lo impiden ver la edad y la falta de flexibilidad.

    Intentando justificar el desorden oral, alguien me recuerda nuestra sorpresa en un restaurante romano, cuando invadimos uno de los apartados, voceando, más o menos. Al pasar de una estancia a otra, comprobamos que antes de llegar a nuestro destino, cruzamos por una sala repleta de comensales, en donde no se oía una mosca. Son japoneses, exclamó alguien. Después reflexionamos, comentamos lo de la educación, lo de las formas, lo que nos falta... Y echamos la culpa a la algarabía mediterránea.

    Nos preocupan, sobre todo, las formas en algunos niños y jóvenes. Sus atropellos verbales son cada día más frecuentes. El respeto se ha transformado en chufla, la palabra en toxina. Es una burda imitación de los mayores. O a lo mejor es al revés. Cualquiera sabe.

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