El Árbol de Mágina

    11 dic 2023 / 09:34 H.
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    Tiene Jaén muchas cosas que nos llenan de orgullo a los nacidos en esta tierra, tan fronteriza al más puro estilo José-Luis-Sampedro como “desfronterizada”; tierra en la que cabemos todos porque esta tierra nuestra es de todos y de nadie. Un poner: en Jaén tenemos un firmamento desmontable, en el que por las noches ponemos estrellas a granel tamaño XXL y por el día apañamos condumios de tal enjundia que hasta la Guía Michelín echa el freno y nos suelta tres estrellas de las suyas como tres soles, que hablan por sí mismas de lo nuestro.

    Jaén, en su diversidad ancestral, es como un puzle de diez piezas, diez comarcas que, una a una, son diez primores capaces de ofrecer de todiquitico. Juntas, son como una España en miniatura.

    En ese Jaén del que hablo hay un árbol categórico cantado por Miguel Hernández en plan inquisición distributiva: ...de quién son esos olivos, andaluces de Jaén. Olivas, en femenino, llamamos por aquí a ese árbol vareado y ordeñado sin piedad por los hombres, mientras nuestras mujeres, de rodillas en los ruedos a sus pies, recogían, una a una, las oraciones moradas que en realidad son las aceitunas —que no “olivas”— con las que el árbol por excelencia nos sostiene y nos iguala.

    Si hay algo mágico en la vida, algo que simbolice la dualidad de la existencia, ese algo es un árbol. Un árbol hunde sus raíces en lo telúrico de la tierra hasta donde ningún ojo humano alcanza, y se eleva hasta el cielo como anticipo del último vuelo de las criaturas, que nos abrazamos a su tronco como si fuera nuestra verdadera patria: la patria vegetal. Pienso que Juan Ramón Jiménez estaba abrazado a un árbol cuando escribió aquello: Mis pies, qué hondos en la tierra/ mis alas, qué altas en el cielo. / Y qué dolor de corazón distendido.

    ¿Será por eso por lo que las mujeres de mi comarca, las que han adoptado como santo y seña el rótulo de “enganchadas de un hilo” se han empeñado este año en tejer lo que ellas llaman El Árbol de Mágina?

    Miradlas. ¿No son admirables? Mientras que unos pocos necios se desgañitan tupiéndose por un pues-mi-pueblo-es-mejor-que-el-tuyo, ellas, desde hace unos años, tejen todas juntas hilos de colores para darnos las Pascuas.

    Si Rafael Alberti levantara la cabeza, en lugar de preguntarse eso de ¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora?, se asombraría a sí mismo escribiendo ¿Qué hacen las mujeres andaluzas de ahora?

    Ellas, las mujeres de Mágina, con ese talento que sólo las mujeres rurales tienen, este año han tejido nada menos que un árbol. Un inmenso árbol, con una plataforma por cada pueblo de la comarca, sobre la que han colocado lo más emblemático de sus lugares.

    Indira Gandhi decía: No se le puede dar la mano a quien permanece con el puño cerrado. Nuestras enganchadas abrieron sus manos para que de ellas salga la luz.

    Si yo fuera una “mandamasa”, o una política de esas que deciden hasta donde le llegan los dineros del presupuesto, o, simplemente, si tuviera una agencia de viajes, ¿saben ustedes lo que organizaría sin pensármelo dos veces? Pues organizaría algo así como la ruta de las tapas, sólo que, en lugar de ir picoteando, engullendo y “ligando”, como se dice por esa comarca, me embarcaría en la ruta de las enganchadas.

    Queríamos mantenerlo en secreto, pero somos muchas y nos gusta hablar entre nosotras en lugar de partirnos la cara. Y, claro, ya se sabe que el día 12 estaremos en Jaén presentando nuestro árbol. Y que allí cantaré yo a esas manos, que igual acarician un hijo que tejen con un lúcido hilo lo mejor de nosotras.

    Manos de mujeres enganchadas de un hilo:

    Se afanan, se encanillan, se aceleran

    enganchadas del hilo de la vida.

    Punto a punto, suturan esa herida

    en la que las ausencias perseveran.

    Son manos de abundante sementera,

    manos hechas al duelo en la partida

    que tejen sin descanso la acogida

    en ese hogar de paso y de frontera

    Son manos de agasajos habitadas,

    de entrega y de tesón en oleaje,

    de abrojos y de aceite laceradas.

    Son manos de mujeres porfiadas

    que convierten el hilo en un paisaje

    y el paisaje en utopías saciadas.

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