El año de Conejero

18 feb 2019 / 12:57 H.

H oy en España no se puede ser neutral”, clamaba Lorca. Adherido con pasión al Frente Popular, para “...que la libertad sea respetada, el nivel de vida ciudadano elevado y la cultura extendida a las más extensas capas del pueblo”. Cuatro generaciones después, la apuesta de Federico continúa vigente, y la necesidad de cultura entre los más humildes no ha sido, de largo, satisfecha. Con ese espíritu, el de la reivindicación y la lucha, se mueve Alberto Conejero (Vilches, 1978), alumbrado cuando aún la democracia apenas balbucía, cuando los pueblos no habían tenido la posibilidad de elegir alcaldes o concejales. “Quita un cacique, elige un alcalde”, gritaban los carteles cuando el dramaturgo apenas contaba unos meses. Desde el compromiso con la cultura, desde la no neutralidad que me ha guiado siempre, quiero adelantar que considero a Conejero, a sus cuarenta años, la mayor figura de la literatura dramática nacida entre los olivos de Jaén. “Verás cómo, de pronto, el cielo se abre. Y ya no hay nada. Sólo ese mar de olivos y un pantano”. La valoración que merece el conjunto de su obra, por la que transito y navego desde hace un lustro, no cabe achacarla al afecto personal o al carácter humilde y recogido de nuestro paisano. Comparten mi diagnostico en latitudes bien alejadas de nuestro solar. Mi crítico de cabecera, el potente escritor Marcos Ordóñez, ensalza “El sueño de la vida”, recién estrenada en el Teatro Español de Madrid: “... como si Conejero fuese un hijo de Lorca en otra dimensión”. En efecto, si hay un continuador de la obra lorquiana, en el sentido más noble, es precisamente Alberto, capaz de atreverse a poner fin a la inconclusa “Comedia sin título”. Rematando, por todo lo alto, aquella cumbre literaria del granadino. Da pena que si no viajas a Madrid, antes del 24 de febrero, te pierdes la puesta en escena llevada a cabo por Lluìs Pasqual, el director catalán que mayores logros creativos acumula sobre el universo lorquiano. Los años 80 vieron renacer en el María Guerrero montajes inolvidables: “5 lorcas, 5”, “El público” y la propia “Comedia sin título”, mágica atmósfera donde lucieron entre otros Marisa Paredes e Imanol Arias. Nunca vi una Bernarda Alba tan intensa como la que Pasqual plantó en el Teatre Lliure (La Espert y la Sardá en duelo inolvidable), hace pocos años, antes de que el reusense haya sufrido el exilio cultural, decretado por el fundamentalismo independentista catalán. Así estamos a estas alturas... Por fortuna, otros espectáculos sobre textos de nuestro paisano recorren España. Hablo de “Los días de la nieve”, lúcido y militante homenaje a la figura de la quesadeña Josefina Manresa. Al tiempo que “Todas las noches del día”, un reto textual y escenográfico, gira por la península. Me cuentan que el próximo otoño podremos disfrutar a Carmelo Gómez y Ana Torrent, atrapados entre el olivar y las sierras de Jaén. ¿Queda espacio para el milagro en el planeta teatral? Baso mi optimismo en que al escribir estas líneas el madrileño Teatro Valle Inclán (Centro Dramático Nacional) acoge el estreno de la más jiennense, la más enraizada de las obras surgidas del talento de Conejero. “La geometría del trigo”, afortunadamente, podrá verse también en los espacios escénicos de nuestra provincia. Y la Diputación Provincial ha impulsado, con justicia poética, el debut de Alberto como productor y director. Escucharle en un pregón del libro, leer sus textos dramáticos o su poesía, resulta una experiencia incomparable. Imposible no conmoverse hasta los centros cuando Beatriz, uno de los personajes de “La geometría...”, manifiesta su queja: “Yo no me conformo. No quiero vivir con un hombre que cada día está más triste, más lejos de mí. ¿Para qué quiero una casa si no soy feliz en ella?”. Cuatro obras en cartel, de forma simultánea, Miguel Poveda cantando textos del creador de “La piedra oscura”... Conejero desborda la cuadrícula cultural en 2019. Y aunque comparto con Federico que la vida no es “ni justa, ni buena, ni sagrada”, en el caso del vilcheño sí que lo está siendo. Con media vida por delante... ¡Alberto!