el voto
El domingo pasado no era cualquier domingo. Veía yo parejas cogidas de la mano (como la mía), generalmente de edad avanzada y mediana, marchar calmosamente al abrigo de la sombra. Ancianos y ancianas también, ayudados a caminar con cierta seguridad, personas que eran transportadas en vehículos adaptados. Gentes que se saludaban con cierta sonrisa y la mano apretando bien sus sobres electorales, dirigidos todos hacia la urna asignada. Era jornada electoral y calma, sencilla pero magnífica. No caeré en esa cursilada de “fiesta de la democracia” (que se pensará que no estamos para fiestas) pero sí algo tan sencillo como libertad para ejercer el voto, que parece una obviedad ahora, pero esas personas que iban, tan unidas en su decisión, sabían qué hacían y el por qué. A pesar de quienes se esfuerzan en acabar con esto. De acuerdo, trámite cada cuatro años y luego..., ¿pero y si no lo hubiese? Equivocada y engañosamente habían prometido el gran cambio (pero sin aclararlo). Y se trata de cambiarlo todo para que nada cambie, eso es lo que puede pasar.