Educar-se

31 oct 2020 / 16:09 H.
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El escritor indígena ecuatoriano Ariruma Kowii nos describe como los ancianos kichwas (pueblos del continente Appia Yala en América) solían decir que empezamos a conocer desde el momento en que nacemos. A ese pensamiento se suma el de que el conocimiento es interminable y los principios de escuchar, mirar, hacer, aprender, siempre están presentes. Conocer, aprender, constituía un aspecto fundamental de la comunidad, la inquietud como elemento clave para apropiarse del conocimiento fue algo latente en la cotidianidad de las poblaciones. La visión del conocimiento contribuía a que se definiera el rol que este debe cumplir en la sociedad. Para ellos la verdadera educación consistía en educar-se, no solo en el sentido que inspiró a Gadamer de conversar con otros, sino también desde la toma de conciencia individual para hacer frente a cualquier eventualidad que pudiera afectar a su convivencia y poner en peligro la integridad del entorno. Esta dinámica de aprendizaje se genera gracias a que vivimos en una sociedad, en redes sociales que vienen determinadas por las necesidades de relación “con otros” de los seres humanos y que, a su vez, le dan carácter de universalidad a la naturaleza social humana. En la actualidad, con motivo de la pandemia, nos vemos obligados a cumplir una serie de normas de comportamiento para evitar los contagios masivos del virus y observamos que hay personas que no las cumplen, poniendo en peligro la salud de otros ciudadanos. Es el momento de educar-se, de potenciar nuestras fuerzas allí donde nosotros mismos percibimos nuestros puntos débiles. Es necesario un ejercicio de responsabilidad individual y compartida para hacer frente a los efectos de la pandemia, cada vez más graves para la salud, para la economía y para nuestra propia convivencia.

Ante la avalancha de informaciones y datos constantes, en muchas ocasiones interesadas, sobre el desarrollo del virus en nuestro país parece que no tomamos conciencia sobre las consecuencias del mismo a todos los niveles y las autoridades políticas se enfrascan de manera vergonzante en críticas bidireccionales. La culpa siempre es del “otro”, pero mientras siguen muriendo personas. Todo ello nos incita a pensar que se están produciendo grandes cambios en la experiencia socializadora que no tienen un carácter sustitutorio unos de otros, sino que actúan como elementos de reconversión. Hoy sabemos, superadas las creencias en lo mágico, que la cultura de los pueblos es la que señala los criterios de acción de sus gentes: define el universo axiológico de las comunidades. Y, precisamente, de este acopio del producto del hombre es desde el que las nuevas generaciones desarrollan sus trayectorias vitales, elaboran sus propios proyectos biográficos, hacen, en suma, el futuro. Un futuro que ahora mismo es incierto para nuestra sociedad y que abordamos con gran preocupación. Desde luego decir que todo el mundo educa no es novedoso ni constituye un gran aporte, pues esto ha ocurrido siempre. Tampoco ayuda decir que todo el mundo es responsable, pues al introducir al conjunto social en una sola bolsa volvemos a quedar como al principio. Por eso el esfuerzo debe consistir en definir los campos de influencia de diversos actores sociales, intentar precisar sus papeles y sus responsabilidades, y avanzar en mecanismos prácticos que permitan que esas funciones sean asumidas de forma positiva. Para ello es necesario comenzar a educar-se a sabiendas de que los seres humanos, por naturaleza, tendemos a relacionarnos unos con otros y que desde una perspectiva democrática, múltiple y plural los derechos democráticos solo adquieren sentido cuando son ejercidos y reconocidos colectivamente conformando un forma de individualidad plural y democrática que facilite la convivencia y respete los derechos y deberes de toda la ciudadanía.

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