Educar las diferencias

15 ago 2020 / 12:44 H.
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La nueva situación provocada por la pandemia ha puesto de manifiesto las graves necesidades de todos los sistemas de nuestro país, especialmente el educativo, generando situaciones de incertidumbre ante el inminente inicio de un nuevo curso escolar. Muchos son los discursos que hemos escuchado y leído en estos últimos meses que están alertando del impacto que esta situación pandémica ha tenido y va a seguir teniendo en muchas familias y en la educación que están recibiendo sus hijos. Desde una visión global es un grave problema en todos los niveles del nuestro sistema educativo, pero me preocupa enormemente la situación de los casi 750.000 estudiantes con necesidades educativas especiales que existen en España, además de la falta de medios y desestructuración familiar del alumnado que vive en zonas deprivadas sociocultural y económicamente. Las características actuales de nuestro sistema educativo y la falta medios y recursos didácticos les convierte en un grupo muy vulnerable, no solo desde el punto de vista educativo, sino también sanitario, ante la posible eventualidad de que no puedan asistir a las aulas de manera presencial. Aparece la necesidad de ampliar el marco donde tiene lugar la acción educadora y ello nos obliga a diferenciar entre centro escolar y comunidad educativa. Es preciso aceptar que el centro educativo tiene que definirse por su capacidad de apertura a la comunidad a la que pertenece y comprometerse con su mejora. El concepto de comunidad educativa, aunque admitamos sin reservas toda su complejidad y aún lo difuso de sus fronteras, profundiza, o debe hacerlo en nuestra opinión, en la fusión existencial, funcional y educadora de dos instancias distintas, centro docente y entorno, a las que trasciende y transforma enriqueciéndolas, dotándolas, además, de un sentido, de un compromiso asumido para la construcción e implementación de una práctica organizativa creativa y versátil y, en síntesis, para conseguir la globalidad formadora que respete satisfactoriamente las necesidades singulares de cada persona. La atención a la diversidad implica una atención a las diferencias individuales como elemento enriquecedor de la práctica educativa dirigida a evaluar estas particulares necesidades educativas y poder ofrecer una respuesta idónea de adaptación de la escuela al alumnado y no a la inversa. Sin lugar a dudas estamos ante una nueva transformación de la realidad escolar, un proceso de rearme ideológico y conceptual de los planteamientos del proceso de enseñanza-aprendizaje que es necesario abordar desde la mesura y la racionalidad. El discurso de la inclusión, del que participo plenamente, se me antoja que tendrá dificultades en un momento tan difícil. Las directrices de la nueva reforma del sistema educativo en nuestro país, tanto en el plano curricular, organizativo y actitudinal, como desde la perspectiva de la formación del profesorado, se sigue percibiendo como un proceso inacabado que nos muestra las distancias existentes entre los discursos teóricos, las medidas legislativas y las prácticas denunciables y nos está llevando, en ocasiones, a renunciar a todo intento de reflexión y recuperación de los principios de la inclusión que faciliten el cambio comprensivo y operativo en el tratamiento de un tema tan antiguo como es el de la educación de las diferencias. La generación de conocimiento y los resultados de las diferentes prácticas educativas, nos han permitido aprender de los errores que hemos cometido en el desarrollo de procesos de gran complejidad que, más que soluciones técnicas, requieren de procesos de reflexión acerca de los valores, intereses e ideologías contrapuestas que las sostienen porque tienen un amplio calado social y educativo. El alumnado con dificultades de aprendizaje no debe ser un problema, sino un medio para perfeccionar la práctica, pues no se trata de buscar enseñanzas especiales para alumnos especiales, sino una enseñanza y un aprendizaje eficientes para todos.

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