Educar en valores democráticos

    03 dic 2023 / 09:43 H.
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    Parece acertado compartir con nuestros queridos lectores que la educación democrática se construye en espacios de convivencia y aprendizaje participativos apoyándose en una relación formativa de reconocimiento que fomente la autonomía, la responsabilidad y el compromiso social. Se trataría de destacar la dimensión social del hecho educativo, denominada por el Consejo de Europa como competencia social y ciudadana, de manera que pueda hacerse realidad la convivencia en una sociedad plural como la nuestra, respetando una serie de valores que deben ser reconocibles en la práctica de las normas sociales y la actuación responsable. El concepto de democracia, considerado como un término polisémico, puede ser entendible en su concepción por la mayoría de las personas, pero, en algunas ocasiones, puede convertirse en un término abstracto y más difícil de comprender cuando profundizamos en él. Quizás la forma más fácil de entenderlo es analizando los valores que encierra la palabra para no restringirlo solo a una forma de gobierno sino entenderlo como una forma de vivir en la búsqueda de un interés común. Decía el filósofo Pérez Tapias que la democracia es el sistema político que menos puede desentenderse de la educación de los individuos, pues requiere que estos actúen como ciudadanos, es decir, como sujetos responsables notablemente interesados por la “cosa pública”. Ello demanda una formación de la ciudadanía impregnada de valores cívicos y morales. De nuestra Constitución de 1978 se derivan una serie de principios que inspiran nuestro sistema educativo como la libertad, la tolerancia, la convivencia, la igualdad, el respeto mutuo, la justicia, la solidaridad y la participación como valores morales que nos deben ayudar a superar los conflictos que se plantean en nuestra vida cotidiana y contribuir al desarrollo y bienestar de la sociedad en la que vivimos, desde la humildad como reconocimiento a aquel con quien discrepo y es capaz de convencerme con sus argumentos de mi posible error. Sin embargo, a pesar del esfuerzo del profesorado por inculcar los valores esgrimidos con anterioridad al alumnado en las instituciones educativas, cuando la ciudadanía se incorpora al mundo laboral, especialmente al mundo de la política, esos valores parece que se esfuman como por arte de magia y en el parlamento, la casa de la palabra y del comportamiento cívico ciudadano, se proyecta una oscura imagen del sistema democrático y que no es el mejor ejemplo para la ciudadanía en general y para los jóvenes y niños en particular. Se está generando una dispedagogía, que designa las consecuencias negativas de una inadecuada práctica pedagógica en el parlamento, y que suscita dudas e incertidumbres sobre su calidad y ejemplaridad por la ausencia de principios y valores éticos. Necesitamos reflexionar sobre la mejora de las instituciones públicas y, por tanto, en la credibilidad de ellas y ello será posible si la conducta moral de nuestros políticos que las integran poseen una adecuada formación en valores. El reciente debate de investidura es un claro ejemplo donde la ética ha brillado por su ausencia. Los que gobiernan deben tener siempre en cuenta la defensa de los intereses de la ciudadanía olvidando los intereses propios y evitando atender la protección de unas partes del estado plural olvidando otras como decía Cicerón. Es responsabilidad del gobernarte buscar el equilibrio entre la pluralidad de las partes que componen un estado buscando su integración en el devenir hacia la convivencia y estas acciones tienen su fundamento en los valores democráticos impregnados de racionalidad moral y en el respeto a las tradiciones y principios políticos. A pocos días de celebrar el día de la Constitución debemos recuperar los valores que la misma encierra pues de ello depende una convivencia en paz y progreso para todos.

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