Echemos un capote

24 jul 2020 / 12:37 H.
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Hace unos días, desde Villacarrillo y por Canal Sur, pudimos ver una de las novilladas de promoción de las Escuelas Taurinas de Andalucía patrocinadas por la Junta, en la que sobresalieron dos jóvenes de la provincia, Jesús Llobregat, de la Escuela Taurina de Baeza y Marcos Linares de la de Jaén. Ambos, para más señas, de la ciudad de Linares, mina de toreros. Había cierto recelo porque, en un festejo sin público, la falta de ambiente podría deslucir la actuación de los novilleros, pero la banda de música se encargó de suplir aplausos y ovaciones con las notas musicales de unos pasodobles bien elegidos y mejor interpretados. En cualquier caso los olés se escucharon, solo que en esta ocasión no sonaron juntos, en la plaza, sino en cada una de nuestras casas. Por supuesto que no es lo mismo ver los toros en la tele que en la plaza, eso lo tenemos claro, pero que, dada la situación sanitaria, un alcalde decida que se celebre el festejo sin público, es algo que por lo menos debemos respetar. Especialmente cuando el alcalde y el ayuntamiento en cuestión han apostado siempre por la Fiesta de los toros con absoluta claridad.

Los aficionados a los toros buscamos emociones, y las “emociones” en los grandes eventos taurinos se ven apagadas algunas veces con las “perfecciones”. Dicho de otra manera, mucho figura pero no pocas veces nos aburrimos. Y de pronto nos vemos en una novillada, de las que pastan en la dehesa jiennense, brava —que así salió la de don Sancho—, frente a unos chavales con la experiencia justa pero con las ganas sobradas, y la lidia de lo imprevisible reaparece con fuerza ante nosotros. A mayor incertidumbre mayor riesgo y más emoción. Si a eso se suma el aporte artístico y la “diferencia necesaria”, osea, la personalidad y la naturalidad —no existe la primera sin la segunda— que cada uno de los toreros de la tierra expresó en el ruedo o en la pantalla, es cuando ese molinillo del estómago del que habla Antonio Gala empieza a girar. La emoción es la base de la fiesta. De cualquier fiesta, con toros o sin ellos. Dos toreros de la tierra, diferentes en estatura y en expresión, pero iguales en sinceridad y entrega, que a muchos nos hicieron olvidar que estábamos sentados en un sillón de la casa con el aire acondicionado y no en el tendido de la plaza de toros donde Curro Romero hiciera la mejor faena de su vida.

La mente humana, cuando se trata de pasiones, es capaz de anular distancias. Hay mucha tauromaquia que no se ve. Como la de las escuelas taurinas que, con más esfuerzo que recursos, hacen posible que algunos jóvenes como éstos cumplan el sueño de ser toreros, esos héroes románticos de la sociedad española que hoy, además de enfrentarse al toro en la plaza, tienen que defenderse de las descaradas embestidas de algunos iluminados de la corte. Los gestores y profesores de las escuelas no deben cargar solos con una responsabilidad que es de todos. No se entiende, desde la ecuanimidad más discreta, que una Escuela Taurina no tenga el mismo apoyo de nuestras instituciones que cualquier otra actividad de promoción cultural o económica de esta provincia. No habría que inventar nada nuevo, tan solo mirar lo que hacen otras diputaciones del mismo signo político. El sector taurino provincial necesita que alguien le eche un capote. No sería una mala forma de empezar una “novillada provincial”.

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