Dramaturga de Jaén

14 may 2022 / 16:00 H.
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La jiennense Joaquina Vera fue una destacada dramaturga del siglo XIX de la que no se guarda memoria ni casi ningún dato sobre su vida. Pero sobresalió en Madrid como traductora, autora de piezas teatrales y bailarina. La Compañía Nacional de Teatro Clásico ha estrenado en Madrid su obra “El disfraz”, junto a otras dos piezas breves escritas por mujeres también del siglo XIX, “Las cartas”, de Víctor Catalá (pseudónimo de Caterina Albert), monólogo extraordinariamente interpretado por la actriz jiennense Mamen Camacho y dicho con un reconocible acento andaluz, y “La suerte”, de Emilia Pardo Bazán. En conjunto se trata de un espectáculo conmovedor, distinto y envolvente. Joaquina Vera, de Jaén, decíamos. Se cree que vivió entre 1824 y 1873. Fue una mujer brillante, culta, de enorme talento y con variados registros para la profesión teatral. Dominaba el inglés y el francés y realizó numerosas traducciones de piezas teatrales escritas en esos idiomas. El programa de mano recoge una reseña publicada en el periódico “El Panorama” de una obra de 1840 de la que se menciona: “Está traducida libremente por la Señorita Doña Joaquina Vera, una de las actrices de baile del teatro Príncipe en la temporada última, joven aplicadísima, que cuenta solo 16 años de edad”. “El disfraz” consiste en un divertido lío de amoríos, con perfil de sainete y de comedia de enredo, al que el director, Íñigo Rodríguez Claro, ha convertido en una comedia loca, alegre y con mucha música, llena de dinamismo, de idas y venidas, con personajes que buscan ansiosamente el amor, y con un magnífico arranque con una lograda versión del tema “Believe”, de Cher. Uno de los personajes preguntará a otro: “¿Crees que hay vida después del amor?”. Hay también momentos en los que “El disfraz” alcanza una suave sensualidad de seda roja.

Por su parte, “Las cartas” es una colosal historia de amor y dolor, amor en minúsculas, el que vive Madrona, una mujer analfabeta, guerrillera y buena, a la que encarna con sabiduría la actriz Mamen Camacho, que se hace soluble en el personaje, hasta el punto de que el espectador solo ve a Madrona, no a la intérprete. Es logro de Mamen Camacho, sí, y de la directora, María Prado, seguir estrictamente la pauta que marca Caterina Albert en el texto original: “La actriz encargada del papel debe esconder su arte al máximo, hasta lograr que la fábula sea verosímil y que el público la tenga por realidad; sobre todo, naturalidad, sencillez, tanto en el decir como en los ademanes, como en el atuendo del personaje”. Madrona, enamoradísima de su Miguelico, mozo de cuerda, gañán de poco fiar, a la que ella, sin embargo, describe como “un genio, durce como la mermelá e la sierra”, con acento de Villacarrillo. “La suerte” es una obra oscura, sombría, llena de desaliento, que escribió Emilia Pardo Bazán, autora de la que se celebra su centenario, protagonizada por Ña Bárbara, mujer enlutadísima, y Payo, un muchacho torpón y de escasas luces, convencido, con ese convencimiento pegado a la raíz de la materia de los gallegos de antes, de que “el hombre nace con su suerte escrita”. Y saldrá elegido soldado, “es una crueldad salir tú soldado”, lamenta Ña Bárbara, lo que finalmente conducirá a Payo al abismo. El espectáculo reúne tres piezas muy diferentes y supone globalmente una joya, una perla teatral, que oscila desde el pesimismo de Pardo Bazán al luminoso enredo de Joaquina Vera, una acertada recuperación de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

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