Dos mares amantes, Mediterráneo y de Olivos

13 jul 2018 / 08:07 H.

Mediterráneo da Capo, una propuesta de vuelta a los orígenes, al comienzo de todo, aunque quisiera empezar estas líneas por el final. Y el punto final a una noche de pura magia fue un encendido y caluroso aplauso, una atronadora sinfonía de manos que, tirando de reloj, duró cinco minutos y diez segundos. Con un final así, huelga decir como se desarrolló el show. Casi dos horas de magia en la voz del inconfundible Joan Manuel. Un tiempo de simbiosis total entre el músico y las más de mil almas que llenaban el espacio. Una puesta en escena sencilla que daba mayor protagonismo a unos músicos magistrales y a una voz que no necesita ayudas accesorias. Muchos de los que abarrotamos la Plaza de Santa María para escuchar a Serrat, apenas éramos unos chavales cuando apareció el disco —Dedicado a Antonio Machado, poeta— y apenas dos añitos más cuando surgió el monumental e imperecedero —Mediterráneo—. Pero es tal la intensidad de aquellos dos discos que cuesta separar a Machado y sus poemas, del Mediterráneo, y a ambos del Nano. En el año 1969, el cantautor hizo más universal al poeta, profesor de francés justo en uno de los edificios que circundan la provisional platea que nos acogió, que hoy, casi 50 años después, aún impresiona en nuestras mentes, tanto que con alguna de las canciones brotaron algunas lágrimas, la humedad en nuestros ojos también surge por mera alegría y felicidad. Y cuando en 1971 vio la luz el disco Mediterráneo ya se atisbó lo que vivimos en directo el miércoles, todo un himno imperecedero. El concierto fue mucho más que un mero evento en una gira, fue el reencuentro de dos personas, Machado y Serrat, con la presencia de un público entregado a ambos. Quizá no muchos se percataron pero cuando sonaba Caminante no hay camino, en la penumbra de la escalinata de la Catedral se vio fugazmente a don Antonio Machado acompañado de su madre, quizá venían de su habitual paseo por la atalaya que convierte a Baeza en el mejor mirador del valle del Guadalquivir. Cuando finalizó la canción mostró sus respetos a ese “joven” catalán con una pequeña reverencia tocándose su sombrero y desapareció. La plaza, uno de los espacios renacentistas más representativos de nuestra monumentalidad provincial estaba más viva que nunca, era una batería cargada de energía. De eso iba el concierto, de energía, de compartir la vida, la vivida y la que soñamos. Mediterráneo fue, en palabras de Serrat, un sueño transmutado en realidad en un hotelito de la Costa Brava, junto al mar, y es en el centro de este mar de olivos donde Machado fue feliz y donde quizá Serrat se encuentre como en casa, desde luego los entregados espectadores hicimos lo posible por eso, por hacer sentir al Nano en su hogar y entre familiares. Serrat ya es un poquito más nuestro. Aquí nos queda retirado ese mar Mediterráneo que tanto seduce al cantautor, pero por el contrario tenemos ese mar verde, uno y otro se fundieron entre acordes y una voz que llega al alma. Hay muchos, y buenos conciertos en este Jaén nuestro, pero el del miércoles fue éxtasis, permítanme decir que los orgasmos no solo pueden ser producto del encuentro sexual. No faltaron guiños a su colega, Sabina, el ubetense que a buen seguro le hubiese gustado estar aquí. Particularmente entrañable resultó la referencia a un mar que muere bajo los restos de plásticos, unas aguas, que además restos de naufragios, están repletas de pateras y de personas que no consiguieron hacer la travesía de Ulises. Pasó la noche en apenas un suspiro. Yo solo querría decirle al catalán una cosa, ven acá pa cá, quien estuvo allí me entenderá.