Doña Pura

02 may 2016 / 17:00 H.

El purgatorio existe. ¡Ya lo creo que el Purgatorio existe! Doña Purificación de Gotorricoechea y Arteaga murió en la Residencia de Ancianos de San Genaro, en la otra punta del pueblo, donde crecen los jaramagos y cantan los jilgueros. Doña Pura está en el Cielo desde la Virgen de agosto. En sus últimos días, no tuvo la pobre de doña Pura otro consuelo ni otro calor humano que el de Catalina, la fea; y el de don Pablo, el párroco descreído, ¡habrase visto! La fallecida, doña Purificación de Gotorricoechea y Arteaga, viuda sin hijos ni familiares, recibía la visita diaria de Catalina la fea. A Catalina le llamaban la fea porque su prima hermana Catalina era la guapa. Desde que doña Pura murió hasta que el empleado de la Notaría avisó para abrir el testamento, Catalina la fea, nerviosa perdida, no podía sujetarse y decía maldades de la fallecida. “¡La vieja! ¡Capaz habrá sido de dejarle todo a las monjas!”. Catalina despotricaba sin ton ni son. Al final se vio lo infundado de sus sospechas y la injusticia de sus críticas, porque la única heredera era la hija de Catalina la fea. Así las cosas, dijeronle las Misas Gregorianas, ajustadas a buen precio con el capellán, que andaba lampando. A partir de saberse herederas, madre e hija, porque la madre cogió un pellizco, se convirtieron en furiosas defensoras del honor de la difunta. El Purgatorio consistió en que doña Pura, allá arriba, contemplaba el trajín diario en la tierra, las ingratitudes de su ahijada La Fea. Esto lo supe porque doña Pura se apareció en la penumbra de la iglesia al párroco don Pablo el descreído, y le aseguró que, saldadas las deudas (en gran medida por las Gregorianas), marchaba pulcra desde el Purgatorio hacia el Cielo, pero no podía hacerlo sin despedirse de él, porque le había cogido cariño. Don Pablo me lo dijo un día sincerándose en el confesionario. Que yo sea la hija de Catalina la guapa no hace al caso. Ni mi madre ni yo habríamos aceptado la herencia de doña Pura, la muy golfa.