Disfrutar del verano

28 jun 2024 / 08:50 H.
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La mejor época del año, el verano, debe traer consecuentemente meditación y paz interior. Hay que buscarla como sea. Sin eludir las responsabilidades. Como una leve brisa que refresca en la tarde, no debemos aferrarnos a las cosas, aunque las cosas se aferren a nosotros. Muchas veces es eso. Y hay que disponerse a partir en cualquier hora, en cualquier minuto, ligero de equipaje, como decía Machado en su famoso “Retrato”. La sensación de estar aquí se ha convertido en algo perentorio, porque no es urgente ni apremiante. O definitiva. Nada puede ser definitivo cuando los cabos que han quedado sueltos son ya muchos, y hemos perdido la cuenta de las deudas contraídas que nunca serán saldadas. Las promesas quedaron en algún sitio. Los sueños, apartados. Las dos caras del adjetivo no pueden apresar una misma contradicción. Poner los pies en la tierra, pero mirando a las estrellas. El tiempo se ha vuelto más veloz y menos amigo, porque no va a nuestro favor. El capitalismo nos ha grabado —a sangre y a fuego— la consigna de que la vida es demasiado corta, y no es verdad. Independientemente de que vivamos más tiempo o menos, hay muchos cambios y transformaciones, nos vamos adaptando a las situaciones y sobrevivimos a nuestros propios fracasos o éxitos. Nos vamos curtiendo en la adversidad y creciendo, si la situación lo posibilita, a partir de nuestro propio aprendizaje. La vida es larga. Si miramos atrás nos damos cuenta. Aprender no es fácil. Se necesita esfuerzo. Y todo ello se combina con la dosis ineludible de voluntad y madurez, lo cual tampoco se consigue por arte de magia, sino que en muchos casos hacen falta años y años, con lo que al final, como repiten los viejos, cuando se adquiere sabiduría ya no se posee la juventud, y así vamos transcurriendo... Caballero Bonald hablaba, en el título de sus poesías reunidas, de que somos el tiempo que nos queda, y habría que entender así el conjunto de todo, la suma de las inclusiones y los descuentos, un poco de tiempo que nos ha pertenecido, muy poco, mientras estuvimos aquí, un poco de tiempo que se disuelve en la inmensidad de los soles y la infinitud de las galaxias. Alegrías y sufrimientos son menos que un soplo en el agujero negro del vacío... Se impone, como digo, la meditación y la búsqueda de la estabilidad, dejando atrás —por imperativo— los problemas, la presión y las preocupaciones, aunque el mundo marche como marche y aunque la gente sea como sea, que ya sabemos cómo va todo y cuántas decepciones nos acechan a la vuelta de la esquina. No obstante, una meditación profunda no se encuentra al margen de lo cotidiano ni lo inevitable, lo que nos configura día a día, y eso no significa que andemos por las nubes. Meditar no significa trascender, puesto que no se encuentra al margen de la política y el sistema, al margen de las coyunturas individuales y colectivas, al margen de la sed de justicia que marcan nuestros principios y criterios, la ética con la que encaramos la realidad. Hay muchos frentes abiertos y nos equivocaríamos si, por defender un flanco, descuidamos otro. Por eso hoy más que nunca hay que disfrutar del verano y sus dones, la transparencia de la luz y la felicidad. Hay que tenerlo claro. Desde la conciencia del pasado y la certeza del presente, esté donde esté, la felicidad. Es el mejor momento de nuestra vida, y hay que disfrutar.



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