Dignificar a los artistas

07 ene 2019 / 11:30 H.

El mundo de los artistas, ese conglomerado heterogéneo donde se agrupan actores, cantantes, pintores, escultores, fotógrafos, cámaras, escenógrafos, iluminadores, etcétera... vive un momento particularmente llamativo. Por encima de los problemas con la censura -a riesgo de dar con sus huesos en la cárcel Willy Toledo, Dani Mateo y unos cuantos raperos, humoristas e imitadores- al menos 2019 endulzará, con sacarina gubernamental, el amargo enjambre legal que atenaza a los antes llamados “cómicos de la legua”. “Esconded las gallinas, que vienen los cómicos” retrataba a las gentes que se buscan la vida sobre las tablas. Gentes de mal vivir según les definía la Santa Inquisición española, los creadores artísticos se han visto marginados, menospreciados y perseguidos desde que la moral judeocristiana barrió, literalmente, el status de seres originales, libres y necesarios, del que gozaron en la cultura greco-latina. Ni siquiera períodos tan esplendorosos como el Renacimiento o el Barroco italianos se vieron acompañados de un reconocimiento abierto de lo que los genios creadores aportaban a la sociedad. Por mucho que algunos papas ilustres apadrinaran el trabajo de Michelángelo, Leonardo, Rafaello, Correggio, Bernini o Borromini, la Iglesia continuó (continúa aún) observando con explícito distanciamiento el trabajo de los espíritus más creativos. Temerosa de que los artistas corrompan al resto de la sociedad. Cree que así se hará perdonar el hedor despedido por siglos de abusos sexuales, prácticas terriblemente extendidas entre el clero. Tradicionalmente, la derecha política marcó distancia con el talento de los artistas. Ello no empece para que algunas figuras se declaren afines al más estricto conservadurismo. Julio Iglesias, Marta Sánchez o Bertín Osborne (“la Vox”, en impagable cachito de ironía televisiva) han hecho pública profesión de sus simpatías reaccionarias, haciéndolas compatibles con haber declarado que más de mil mujeres han pasado por su catre (Julio) o con protagonizar portadas explosivas en Interviú (Marta). ¡Todo sea por la santa hipocresía!, ¿verdad, Bertín, ojos azul purísimo de gaviota? Pues incluso éstos, la mermada tribu pepera, tentada por el abascalismo, se verán favorecidos por las primeras medidas que el gobierno socialista (“vendepatrias” como él solo) ha tomado, en aplicación del Estatuto del Artista. Seguramente las figuras citadas en las líneas precedentes tengan cubierto el riñón, incluso abrigadísimo en algunos casos. Pero al medio millón largo de españolitos y españolitas que quieren vivir de lo suyo, de tocar el violín, besar cuando lo exige el guión, desnudarse si hace falta, escribir una buena historia, aflorar la hermosura de un bloque de mármol, fingir pasiones arrebatadoras, iluminar una selva más oscura que la noche sanjuanista... a esa turbamulta de profesionales, les vendrá de perlas saber que los de Sánchez (Carmen Calvo, Pepe Guirao, etc) deshacen notorios entuertos de Rajoy y los suyos. Rebajando el IVA del 21 al 11%, reconociendo el derecho a cotizar cuando actores, técnicos o guionistas se hallan en paro... o cuando, pasados los 65 años, desean cobrar su pensión (bastante miserable por cierto), al tiempo que continúan realizando trabajos creativos, en el terreno de la legalidad. Así la izquierda gobernante, por moderada, posibilista y pragmática que sea (que lo es) devuelve en cierto modo el apoyo y la complicidad que durante el último medio siglo de historia los artistas han prestado a la causa progresista. En busca de la libertad, la creación, el cambio social... de la homologación con los países más avanzados culturalmente. A los artistas, como al colectivo LGTB, las mujeres, los universitarios, los parados, etc, no puede serles indiferente quién gobierne en Madrid, Sevilla o Jaén. A punto estamos de ver cómo asoman la patita por debajo de la puerta las mesnadas a caballo de Santiago y sus recios muchachotes. A punto de comprobar cuánto tardan en revertir conquistas de carácter igualitario. A punto de retrotraernos al punto de partida, al aznarismo puro, duro y santurrón. ¡Dios nos coja confesados!