Días de negro

29 oct 2019 / 09:25 H.
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Días de negro. Diálogos de mármol, en extrañas citas, solo una de las partes fija el día y la hora, la otra parte, la que habita en la otra mitad más allá del mármol, no puede negarse al encuentro.

Tras varios intentos infructuosos por fin logro escaparme de la oficina, las gestiones me abruman, pero necesito una tregua. Entre tantas urgencias y problemas inaplazables tengo que hacer un paréntesis, y permitirme una visita fugaz. Al jardín en el que están los que ya no están. Al campo en el que se cultivan ausencias. A la explanada en la que dialogamos con el silencio.

Tengo mucha prisa. Y demasiados compromisos y plazos y exigencias. Mi vehículo circula lo más rápido posible. Me gustaría poder acelerar todo el tiempo. Llego al fin, después de sufrir semáforos y atascos. Pero no hay ni una plaza de aparcamiento libre. Me obligan a estacionar demasiado lejos. Y caminar. Es una pérdida de tiempo, caminar.

Me detengo un momento. Cipreses pespunteando la línea del horizonte. Un leve deseo de paz, y eternidad se posa sobre mis hombros. Lo sacudo enseguida, no puedo permitírmelo. Los minutos se me escurren de los bolsillos, el tic-tac martillea incesante mi cráneo. Camino a toda velocidad. Y al cruzar el umbral del recinto, una visión. Guadañas oxidadas apoyadas en un viejo muro. Y junto a ellas una silueta, apenas perceptible. La curiosidad me impulsa. Me asomo a curiosear. Y la figura se hace visible, es la encapuchada, y nos mira de reojo, a todos los visitantes, intrusos en su propiedad. Un territorio, en vías de expansión, repleto de invitados forzosos, almacenados en reducidas estancias en cuya portada, solamente un nombre y un par de fechas, como si todos nuestros logros, nuestros esfuerzos y urgencias, todo lo que construimos y lo que alcanzamos, se viera al final reducido a un breve paréntesis en el que tan solo figuran una fecha de inicio y una fecha de conclusión. Mi paréntesis, al menos, todavía no está cerrado.

Trato de continuar mi camino, por el huerto de la encapuchada, tan plácido la mayor parte del tiempo y tan ajetreado estos días. Sin embargo a ella no le afecta, aparentemente, el bullicio. Podría parecer, incluso, complacida, al contemplar tanta futura clientela. Intento que no se fije en mí. Todos tratamos de ignorarla, pero ella nos mira de reojo. Es difícil esquivarla, en aquel lugar su inquietante presencia es inevitable. Y me ha parecido sentir clavadas en mí las cuencas de sus ojos vacíos, por un fugaz y estremecedor instante. Pero le doy la espalda y camino. No tengo tiempo de pensar en ello. En la oficina deben estar echándome de menos, tal vez no debí marcharme. Tengo tareas imprescindibles que no pueden esperar.

Vuelve a mi mente la encapuchada, me había parecido percibir una leve sonrisa en su rictus. Una sonrisa burlona. Miro el reloj. Tendría que haberme marchado hace tiempo. El estrés resulta casi insoportable. Piso el acelerador a fondo, y mi corazón late como una bomba a punto de estallar. Un dolor punzante oprime mi pecho. Me pasa mucho últimamente. Mejor no pensar en ello.

Ha sido una visita fugaz. Pero siento que otro día volveré. Tal vez antes de lo que imagino. Y esta vez volveré sin prisas, sin agobios, sin ajetreos de ningún tipo. Y me quedaré a reposar. En silencio. Con todo el tiempo del mundo por delante.

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