Día tercero

    04 mar 2020 / 12:02 H.
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    Un cuarto de siglo ya entre nosotros. Parece que hubiera estado siempre aquí. Madre de las Siete Palabras. Desde su cuna sevillana, la ciudad de los sueños, el rincón donde hermanados viven el sol, la luna, el azahar y el cielo, llegaste a esta ciudad fronteriza. Te despojaste de inmediato de los faralaes para vestir el traje sencillo de las pastiras de esta tierra. Ya eres jaenera, que es como decir: vuelves al paraíso que te ha recordado siempre, pues tus pasos aún resuenan por las calles del viejo arrabal. Ningún jaenero olvida aquella noche de junio.

    ¿Existe una perícopa evangélica más clara y diáfana que esta tercera palabra de Jesús en la cruz?: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”? Las pronunció el Hijo de Dios humanizado, y arden en nuestro corazón desde que nacimos, aunque en aquellos tiempos no existieran grabadoras para registrarlas, como mantiene un bacín que pretende reescribir, a su manera, con soberbia humana, la historia de la fe. No nos hacen falta grabadoras a los cofrades. Creemos en la inerrancia bíblica, pues es palabra de Dios; es la fe de la Iglesia. María, perfecto ejemplo de humildad, acogió el anuncio de Gabriel, creyendo, a pie juntillas, que “nada es imposible para Dios”. Nosotros al mirarla, reina de dolor y de belleza en el calvario, sabemos —el corazón jamás se equivoca— que es nuestra Madre por designio de Jesús crucificado. Nos cuida desde otra dimensión, como hijos adoptivos. Por eso la llamamos con desgarro en muchos momentos de la existencia, intuyendo que está ahí para atender nuestras súplicas.

    Lima sus aristas la luna de marzo paseando en Géminis. Esperan su momento los brotes de azahar de la plazuela. Crece la ansiedad en el corazón cofrade. Discurre la semana con una iglesia repleta de fieles que asisten a uno de los más emotivos y tradicionales cultos de nuestra cuaresma jaenera.

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