Día sexto

    07 mar 2020 / 11:50 H.
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    La luna canta viejas coplas de pasión por los plateados patios del olivar, mientras toma kilos de plata limpia, para redondear cada día su cuerpo y estar presente, plena y rotunda, triste y mistérica, en la Parasceve. Ronda la muerte el calvario. Negros nubarrones se ciernen sobre la ciudad santa proclamando una oscuridad aterradora. Algo va a pasar y Jesús lo presiente desde la cruz. “Todo está cumplido”, exclama con voz serena proclamando el final de una vida obediente a los designios del Padre. Todo se ha consumado. Va a terminar el sufrimiento para dar paso a su Gloria. La vida humana cambia a partir de ese momento de duelo. Un antes y un después marca su muerte de cruz para la Humanidad. La Cruz de Cristo, bandera de nuestra fe, símbolo vital por la que tantos han derramado su sangre, y tantos otros han luchado con tenacidad para borrarla de la memoria de las gentes. Batalla que continúa en estos tiempos. Pero la Cruz es invencible; no podrán despojarla de su luz redentora. Nadie ha podido y nadie lo conseguirá, pese a los intentos humanos de derrocar la monarquía divina y entronizar al hombre como rey del Universo y sus galaxias.

    Sábado de cuaresma. No sentimos el relente del templo. La miramos a ella y volvemos a bendecir el día en que, hace un cuarto de siglo, llegó hasta nosotros. De inmediato brota en los labios una oración por el alma del artista recientemente desaparecido que supo plasmar la imagen ternísima de una dolorosa que estuviera al pie de tan excelso crucificado. La mano de Dios guio su gubia con gestos precisos. Ella estaba destinada a cuidar de esta asamblea blanquimorada. Treinta y tres días faltan para que Jaén de nuevo contemple el profundo misterio de la cruz de Jesús representado bajo el sugerente epitalamio que ha escrito la luna de la Pascua para la insondable noche jaenera. Y ella estará allí, siguiendo sus pasos, reina de amor y de belleza.

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