Deterioro democrático

    18 nov 2022 / 15:46 H.
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    El riesgo de que la ultraderecha gobierne también en España es muy elevado. Las derechas españolas tienen muchos elementos en común con el fascismo y con sus nuevas versiones como el trumpismo o el putinismo. Al igual que ocurre con estas ideologías de mensaje antidemocrático cuando consideran ilegítima cualquier opción política distinta sucede también hoy en nuestro país cuando se considera al gobierno de coalición como ilegítimo, y se intenta su derrota por todos los medios, con la colaboración de partes del Estado donde las ultraderechas conservan gran poder. Debemos recordar que el fascismo y el nazismo fueron fruto de una gran crisis económica, la Gran Depresión, que afectó y deterioró de forma dramática el bienestar de las clases populares y creó un problema grave de credibilidad y legitimidad de los sistemas y de los gobiernos democráticos. Tanto el fascismo en el sur de Europa como el nazismo en el centro y norte de Europa y en EE UU aprovecharon ese descontento para adquirir gran influencia y hasta para llegar a gobernar en varios países de Europa Occidental. Su ideología era autoritaria, antidemocrática y de un nacionalismo extremista y radical. Se promovía el uso de la fuerza y la violencia hacia el que no pensara como ellos, no había contrarios, sino enemigos. En su imaginación eran los defensores de la civilización cristiana y se basaban en el racismo y machismo. Lo que atrajo a los poderes económicos y financieros de cada país para financiarlos fue el sentir amenazado su poder por movimientos contestarios procedentes del movimiento obrero, los únicos que lo cuestionaban. De ahí que se definieran como profundamente anticomunistas, antisocialistas o antisindicales.

    El fascismo jamás fue derrotado en nuestro país y sí lo fueron las fuerzas democráticas y en particular las izquierdas. Y la transición
    de la dictadura a la democracia, lejos de ser modélica, dejó elementos claves del Estado en manos de los que en España se autodefinen como fascistas en amplios sectores del Estado y la sociedad.

    El régimen político creado tras la transición y basado en el bipartidismo apoyado por las derechas nacionalistas periféricas permitió que las fuerzas dominantes fueran las conservadoras, y cuando las izquierdas gobernaban siempre veían muy limitada su capacidad de transformación del país por la oposición de los grandes poderes económicos, políticos y la mayor parte de los medios de información y persuasión. A estas alturas se puede decir a las claras que la presión fue tal que consiguieron transformar al partido socialdemócrata en uno de los que se adaptaron al neoliberalismo más rápido y más intensamente en la Europa Occidental. Y la consecuencia está ahí; seguimos siendo uno de los países con mayores desigualdades de renta en la Europa occidental y con menor desarrollo de su estado del bienestar.

    El partido socialdemócrata en nuestro país es la excepción y no ha desaparecido, como en Francia y otros países, por su cambio de dirección. El impacto del 15M en sus bases provocó la revuelta que eligió otra dirección. Y la aparición de Podemos, más tarde Unidas Podemos, creó el espacio que pudo presionar al PSOE para establecer la coalición.

    La enorme hostilidad del establishment político mediático frente a este nuevo espacio es un indicador del temor a que se reavive la transformación necesaria. La estrategia de los poderes políticos y mediáticos para acabar con una alternativa progresista está siendo la misma a ambos lados del Atlántico Norte y no es otra más que deshacer la capacidad transformadora del partido de izquierdas dominante y reprimir por todos los medios a las fuerzas a su izquierda.

    La única manera de parar a la ultraderecha es precisamente hacer los cambios profundos en las políticas económicas y sociales que respondan a las necesidades de la mayoría de las clases populares, con vocación transformadora y gran sensibilidad hacia las clases trabajadoras que son las que sufren más las consecuencias de las crisis y que han sido olvidadas y marginadas. Eso movilizaría el voto progresista y de izquierda.

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