Despertar épico
Jaén, curioso territorio, en las sobras de Andalucía, que linda al norte con la incomprensión, al sur con los tópicos, al este con la lejanía y al oeste con la desidia —al centro quizás también con su viejo ombligo un poco sordo y mudo—. Conocida por las legiones de olivares que espolvorean toda su epidermis, es tierra sobria, parca en palabras, que ha vivido tanto que está un poco de vuelta. Puede que por ese carácter retraído, no haya sido, Jaén, capaz de conservar sus alhambras o
sus giraldas, pero se la quiere, bastante, como se quiere a la madre vieja o
a la novia triste.
A veces pudiera parecer que por nuestro subsuelo fluyen imparables torrentes de aceite. Y que el precioso líquido lubrica los ancestrales engranajes del telúrico motor que bajo esta tierra milenaria ronronea infatigable, arcaico, empujando a través de sus sístoles y sus diástoles los caudales de oleícolas arterias, que extendidas a lo largo y a lo ancho de todos sus confines geográficos, riegan y estimulan los órganos vitales de Jaén, bombeando los dorados tesoros hasta mucho más allá de sus fatigadas extremidades, en su empeño por extender la bondad de tales líquidos a las remotas naciones del orbe.
Playas de Jaén, olas de olivares rompiendo sus cíclicas mareas contra las fortalezas del medievo que vigilan, bajo su guerrero yelmo de piedra, las esforzadas tareas del cultivo y la recogida de la aceituna. Y duermen bajo la capa de olivos un sinfín de vestigios ancestrales. Esta tierra exuda historia y así lo demuestran los continuos descubrimientos en distintos puntos geográficos. Estamos rodeados de pétreos y enormes fragmentos vivos de la historia. Un enorme acopio de hallazgos tales como el teatro romano de Porcuna o el molde con el que se hacían monedas en el yacimiento romano de Obulco, los arcos del pabellón del palacio del rey moro en el barrio de la Magdalena en Jaén, el kilómetro cero romano de Mengíbar, los yacimientos de Marroquíes Bajos en el Bulevar y el palacio almohade que reposa bajo la Iglesia de Santo Domingo en Jaén, los silos romanos de Espeluy, o el hallazgo, por parte de un grupo de espeleólogos, de restos óseos, de cerámica e incluso posibles pinturas rupestres en las cercanías de Segura de la Sierra, los extraordinarios mosaicos romanos y otros hallazgos en el excepcional yacimiento de Cástulo, un Santuario rural de época íbera en el paraje de las Piedras del Cardado, en Bailén, o incluso una portada de un antiguo hospital renacentista que un vecino descubrió para su sorpresa, en Úbeda, al acometer la reforma de su casa —vigilad vuestras paredes, porque puede ser que contengan, más allá del ladrillo y del pladur, algún importante resto histórico-artístico—. Y estos son tan solo algunos ejemplos recientes de un listado interminable de hallazgos y de sorprendentes descubrimientos.
Está claro que caminamos diariamente sobre fragmentos de historia que, bajo nuestros pies, se apiñan en el subsuelo. Piezas de un gigantesco puzzle que resulta apasionante imaginar. En fin. Perdonen el desparrame letrístico, pero es que me he levantado épico.