Despertar a tiempo
Hay noches en que abrimos los ojos y nada está donde esperábamos. Durante unos segundos rebobinamos la pregunta en que nos dormimos para averiguar a qué habitación corresponde el resplandor que agita nuestra duermevela. Otras, confusos en el claroscuro de la realidad o la quimera, oímos la voz de aquella madre que conversa con papá mientras come su paz recalentada. Masticas el tabaco de sus sobremesas y aguantas los párpados por si el engaño sensorial prospera. Algunas mañanas, la luz desveló junto a ti el rostro de las personas que no te convenían y en cuyos fuegos de artificio empeñaste tu ciencia. O se cuela en nuestro sueño la voz de esos melómanos que vociferan como desde otro siglo que la justicia social es aberrante. Saltas entonces de las sábanas y aún con el pijama abierto bajas por la escalera a alertar a los vecinos. Tocas descalzo sus timbres, pero nunca te abren y lloras como un pescador ante sus redes yermas. Dicen que hay que soñar en la vida, pero a veces lo necesario es despertar a tiempo. Me gusta esa hora incierta en que, sabiéndote perdido, los brazos de quien amas te rodean y solo en ese instante la barbarie que tanto te tribula se ahoga sin más en la sístole de los cerrojos.