Despeñaperros, historia y trenes

10 abr 2018 / 09:08 H.

Todos conocemos el paso de Despeñaperros por el tránsito que alguna vez hemos hecho camino de otras latitudes. Yo quiero proponerles un Despeñaperros, una Sierra Morena, diferente, más desconocido pero esencial, tanto como lo puede ser el que vemos desde la autovía. Cuando entramos en Jaén por ferrocarril, procedentes de la Meseta, lo primero que nos llama la atención es el cambio abrupto del paisaje, una transición espectacular entre la monotonía de unas llanuras de viñedos, cereal e incluso yermas, y la voluptuosidad de una sierra abrupta, colmada de arbolado y matorral. El paso por esta senda de Sierra Morena no sólo es tránsito por una frontera natural entre territorios, es un ejemplo magistral de toda una inmensa obra de ingeniería. Aunque apenas perceptible para el viajero del tren, los treinta y siete kilómetros que van desde el límite de Ciudad Real y la actual estación de Vadollano, donde podemos decir que finaliza la sierra y nos adentramos en el valle y la campiña, son una muestra palpable del esfuerzo, la imaginación y el buen hacer de aquellos ingenieros y trabajadores que hicieron posible este trazado allá por el siglo XIX. Construirlo fue una proeza, en unas condiciones laborales penosas, casi todo hubo de realizarse a mano o con unos útiles y maquinarias muy alejados de los actuales. Una orografía complicada que no fue obstáculo para aquellos que la salvaron con el diseño y construcción de unos puentes metálicos y unos túneles que, aún hoy, dan eficaz servicio a las circulaciones ferroviarias. Marcaron un antes y un después en las obras del ferrocarril. La construcción de catorce puentes de longitudes y alturas variables, asentados sobre pilares y estribos de sillería, la perforación de nueve túneles, la construcción de 6 estaciones —hoy solo quedan cinco— hicieron posible que Jaén fuese eje fundamental en las comunicaciones entre el Sur y el resto del territorio peninsular. Fue tal la visión de futuro de aquellos ingenieros, que tanto los túneles como los puentes se construyeron pensando en una doble vía, nunca se montó pero ellos ya intuyeron que la doble vía sería lo inteligente y adecuado para un ferrocarril del futuro.

La traza no solo supone un hito en las infraestructuras, a día de hoy, enclavada en el Parque Natural gran parte de ella, es un sendero natural para aquellos que gustan de la naturaleza en estado salvaje. Nada más pasar por el paraje de Los Órganos, en cuyas cumbres revolotean habitualmente buitres y águilas, hubo una cantera para el suministro del balasto, la roca en la cual se asienta la vía, traviesas y carril, de la cual hoy apenas quedan unas ruinas pero que fue fundamental durante décadas. Apenas a unos quinientos metros por encima de lo que fue esta cantera están los restos, actualmente en muy mal estado por continuos saqueos y actos vandálicos, de pinturas rupestres que se ahondan en el Neolítico.

Son muchas las cosas destacables y también las curiosidades de este enclave. Muy pocos saben que existe una vía de estrelladero, la que en tiempos remotos se utilizaba si un tren iba a la deriva, nos puede parecer una cosa irracional pero en aquellos tiempos la construcción de este tipo de vías se hacía pensando en que, llegado el caso, el mal fuese menor y siempre resultara más positivo derivar un tren al estrelladero que no chocase con otro tren y los daños fuesen mucho más graves. Incluso a los ferroviarios les impone la visión de ver que una vía acaba en una pared vertical de piedra. Está en la estación de Las Correderas, alejada de la visión de todo aquel que no sabe de su ubicación; a día de hoy existe un desvío en servicio que conduce a ella aunque con los medios de seguridad actuales carece de todo sentido pensar que se llegue a utilizar.

En los tiempos de los primeros ferrocarriles, la tracción era con máquinas de vapor, por lo que el suministro de agua para aquellas majestuosas máquinas era imprescindible. Para ello, en el trayecto de Las Correderas y la estación de Santa Elena, en el cauce del arroyo Despeñaperros, se construyó una pequeña presa desde la cual se encauzó el agua para el suministro de aquellas antiguas locomotoras de carbón que paraban en Santa Elena. Este rincón, hoy circundado de eneas, juncos y árboles de frondosas sombras, es un sitio privilegiado para observar anfibios, multitud de aves y, al caer la tarde, y con algo de suerte, jabalíes y ciervos.

En la estación de Santa Elena hubo todo un poblado ferroviario, aún quedan vestigios de las viviendas construidas, testigos mudos del paso de generaciones de personas criadas en ellas. Dichos poblados dan idea de que no era una mera obra para el tren, de manera auxiliar se diseñaron muchas otras para que la explotación ferroviaria estuviese normalizada. Se había de anclar a los trabajadores y sus familias los núcleos y no se dudó en crear una red de viviendas que permitiese que fuera así. Desde aquí al pueblo discurre una carretera asfaltada que serpentea por las laderas. Como dato curioso fue de las últimas vías en las que prestó su servicio un peón caminero que con su trabajo diario la mantenía en un óptimo estado.

Antes de llegar a la actual Calancha, se unen el cauce del arroyo con el río Guarrizas y casi de sopetón nutren de caudal a la presa de La Fernandina, cuyas colas llegan hasta el mismo puente del ferrocarril.

Desde aquí hasta Vilches el terreno se hace más liviano, invita al viajero del tren con postales de dehesas que se extienden tras la ventanilla hasta el horizonte, y al excursionista con senderos de cómodo tránsito. Camino de Vilches nos encontramos con el Túnel 10, el de mayor longitud de la línea con sus 377 metros. Espectacular resulta la imagen que nos regala en su boca de salida, desde ella se divisa la población de Vilches, amarrada a la ladera del pico que acoge sus castillo y la imponente iglesia. Sede canónica de su Patrona. Vilches fue siempre trascendental, en su estación empezaba lo más complicado del tránsito hacia la meseta, por ello el número de vías, de trenes, un nutrido asentamiento urbano de ferroviarios, fue hasta los años ochenta del siglo XX más que significativo.

Para encaminarnos al Valle del Guadalquivir, a la campiña, solo nos queda descender hasta la estación de Vadollano, en el trayecto existió otra, hoy desaparecida, de Las Cabrerizas. Aún hoy, con su abandono casi total, Vadollano da idea de un esplendoroso pasado, aún en ruinas resulta espectacular. Era, no solo una estación, también punto neurálgico para el tráfico de mineral procedente de las minas de Linares y punto de paso del camino natural hacia la comarca del Condado. En torno al ferrocarril existía todo un pueblo, llegando a estar asentados casi un millar de personas. Hoy, todo es abandono y decrepitud, incluido el cuartel militar que había en sus proximidades. Por Vadollano pasaba la gran Vía Augusta romana, conviene acercarse al paraje del Piélago y ver los restos del puente que, a pesar de los siglos y un estado deplorable, aún sigue en pie, fiel testigo de siglos de historia.