“Desescalar”: verbo reflexivo

09 may 2020 / 10:09 H.
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Hay palabras que, por obra y gracia del uso cotidiano se imponen a la legalidad del idioma. Una de ellas es “desescalar”. La primera sorpresa ante este nuevo “palabro” que tanto influye en nuestro día a día es que no lo recoge la RAE. Llevamos tiempo escuchando machaconamente a nuestra clase política dándonos esperanzas con ese verbo y nada, que no existe como tal ni tiene más poso que una pérfida adaptación de una expresión inglesa que ni vamos a mencionar. Ahora bien, si obviamos esa circunstancia lingüística y lo aplicamos a nuestro calvario diario no tendremos más remedio que aplaudir su existencia, aunque sea fuera de las normas académicas. Analicémoslo morfológicamente. Para empezar, no nos cabe duda de que pertenece a la primera conjugación. Eso aún lo recordamos, seguro, de la lección correspondiente en tiempos escolares. Ahondando en el tema y entrando ya en materias más sesudas podríamos discutir si es o no un verbo reflexivo. ¿Y de qué estamos hablando? Pues para los que no tengan fresca su etapa colegial habremos de ponerles un ejemplo. Peinar es reflexivo. Uno se peina. ¿O no? Pues eso.

Y... ¿será reflexivo desescalar? Pensemos. Uno se puede desescalar. Es decir, puede ir abandonando poco a poco, con calma y siguiendo, en cada momento, las indicaciones oportunas del Gobierno, el confinamiento en el que estamos inmersos. Nos encontramos desde hace unos días en la línea de salida junto a los dueños de mascotas callejeras —léase amorosos perretes—, los niños con sus patinetes, los mayores “convivientes” en un merecido paseo familiar y los fornidos deportistas “de pro”. Ya podemos aplicarnos el presente de indicativo en primera persona del plural: nosotros nos desescalamos. Buen verbo este de “desescalar”. Con solo conjugarlo, en nuestra mente hambrienta de libertad ya se nos abren los chacras, los poros y las puertas de casa. Habrá que escribir a la RAE para que lo incluya en sus diccionarios sin dilación. Pero la felicidad no puede ser completa. Ser reflexivo es también, estar “acostumbrado a obrar con reflexión”, es decir, que no podemos tomar las escaleras por las bravas por mucho que desescalar se nos antoje un sinónimo de bajar con o sin ascensor. Aquí empieza de verdad el sentido auténtico de lo reflexivo aplicado a ese verbo que nos impacta desde las pantallas en boca del equipo de expertos que nos indica el dónde, el cómo, el cuándo y el por qué de nuestras desdichas coronavíricas.

Tenemos que reflexionar, que sopesar, que ponderar el alcance de nuestras acciones “desescalativas” y también debe hacerlo el gobierno, que lo de darnos al goce de la reflexión no es solo patrimonio de los ciudadanos de a pie. Aparcar las duras medidas de confinamiento nos gusta a todos, pero el peligro de una desescalada sin control puede sumirnos de nuevo en el más negro de los contagios. Escenas de cierta “locura” desatada como las que se han podido vivir en algunos lugares no son de recibo. Se impone de nuevo la reflexividad del verbo. De la reflexión ha de brotar la esperanza. Del pensamiento sensato ha de nacer un mañana en el que volvamos a ser lo que fuimos sin haber perdido un ápice de nuestras capacidades sociales, económicas o culturales. Del distanciamiento social han de renacer los abrazos, los besos, la cercanía y el roce. Así sí. Yo, me desescalo. ¿Y tú?

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