Desder−h−echizada

    24 jul 2023 / 09:09 H.
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    Principiaba el mes de julio guasapeándome con una de esas criaturas a las que, por aliviarles nostalgias, les dicen “jurista-de-reconocido-prestigio”, magistrado en la reserva por más señas, escusándome por no escribirle antes, y de cuyo mensajeo rescataré algún parrafejo para justificar lo que en realidad quiero decir sobre las “desder-h-echización”, que viene a ser algo así como un descreerse del Derecho en estado puro y hechizarse por la Mediación, a la que muchos −—juristas y terapeutas principalmente— ven como la gran amenaza intrusista de nuestros tiempos: “Muy buenos días. Sí, de vez en cuando nos silenciamos. O tú o yo. Quizá estos silencios sean necesarios para mantenernos vivos. Es como “cerrar-por-inventario” la cañería de los afectos y así poder catalogar y ordenar distancias. Acertaste al buscar compañía para este último trayecto; a veces los espacios de lo que queda por vivir se hacen demasiado silenciosos. (Ya ves: vuelvo a lo de los silencios)”.

    Seguía mi mensaje hablándole de los habitantes de mi jardinillo urbano “...pisito bajo madrileño...donde viven un cerezo, propiedad exclusiva de las urracas; dos ciruelos “reina Claudia”, un manzano, un granado, dos cipreses, un abeto, un albaricoquero −—del que me han salido 15 frascos de mermelada—, tres olivos —picual, gordal y cornezuelo—, un caqui, un níspero, un limonero, un celindo, un chopo, una higuerita, un aprendiz de nogal, un avellano y muchos, muchos rosales, entre otros matojos, apretujados unos a otros como Dios les da a entender. En un mínimo cenador de la esquina he colgado un comedero de pájaros, y ahí están ellos, pendencieros y glotones, sembrando alpiste en el suelo. El conjunto lo cierra un estanquillo artificial donde malviven 4 peces que se comen las larvas de mosquito y boquean al atardecer. Ay, esos peces sin palabras... Me hacen recordar todas las palabras que se nos quedaron en los labios a los que hemos vivido ya más de la cuenta...”.

    Tras tan deslavazada descripción, me ladeaba hacia mi querencia por lo de escribir: “Mientras tanto, también yo sigo escribiendo, aunque no de Derecho. Cada vez estoy más “desder-h-echizada” desde que vivo en la Mediación —que ya va para casi un cuarto de siglo—”. ¿Pillan lo de la “desder-h-echización?

    Seguía mi mensaje con una afirmación que es a donde yo quería llegar: “Lo de la Mediación viene a ser algo así como un “mire-usted, que-esta-pelea-es-mía-y-me-la-apaño-yo”. Y seguía: “Esta misma mañana pensaba que los juristas somos como traficantes de armas: si no hay guerra, nos la inventamos para que no se detenga la cadena de producción, empezando por los diseñadores de armamento hasta llegar a la tropa; y, cuando digo tropa, me refiero a la de trinchera. A los que disparan al aire de puro miedo a que, si lo hacen a ras de tierra, acaben matando al enemigo y se queden sin clientela a la que seguir matando, y luego se quejan de que caigan del cielo ángeles heridos de muerte”.

    Necesitaría yo un espacio mayor que este pedacico de hoja de periódico para poder referir todo lo que hay que decir sobre la Mediación; pero es lo que hay: 4000 caracteres. Así que echemos hilvanes, que tiempo habrá dentro de poco para los pespuntes. Conocí la Mediación cuando el siglo XX estaba dando las boqueadas, y yo comenzaba a boquear con cierta fatiga en lo de las leyes en ese juego perverso de ganadores/perdedores, repitiéndome cada día “no-es-esto; no-es-esto”. Me apliqué a lo de mediar cuando algunos terapeutas del alma, conscientes de que el conflicto es conflicto, pero no enfermedad, decían lo mismo que yo: “no-es-esto; no-es-esto”. Cuanto más avanzaba en lo de devolverle a los antagonistas su protagonismo dentro de sus querellas, entonando un convencido mea culpa por la expropiación emocional, más me desderechizaba del mundo del Derecho, y más me hechizaba descubrir la capacidad resolutiva de los contendientes. Así fue mi conversión: como santo Tomas, me caí del caballo cuando iba a cazar a mi Damasco legal. Y aquí estoy: Med-hechizada.

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