¿Descubrimiento o conquista?

13 oct 2023 / 09:38 H.
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Buen día hoy para reafirmar eso llamado “La Hispanidad” aunque algo me susurra al oído que ese concepto no está pasando por sus mejores momentos. Aquella historia con sabor a cartón piedra en la que los esforzados conquistadores nos saludaban desde el blanco y negro de las pantallas de los años cuarenta para insuflarnos el sublime honor patriótico de sabernos partícipes de la epopeya del amigo Colón, ha ido desmejorándose con el paso de los años y, como si el celuloide se ajara con el tiempo y el polvo de los archivos, ha devenido en algo muy poco edificante. A pesar de que, tal y como se indicaba en estas mismas páginas no hace mucho, fue Felipe de Neve Padilla, un jiennense de Bailén, quien fundó Los Ángeles y otros muchos españoles participaron muy activamente en el desarrollo de aquellas tierras más allá del océano, una especie de manto negro ha ido cubriendo sus hazañas hasta desdibujarlas. En realidad ¿qué fue de aquellos territorios descubiertos por Colón que ni siquiera llevan su nombre? Colombia nombra a una nación, pero el continente se lo quedó, su denominación al menos, un tal Américo Vespucio que, aun siendo florentino, vivió en Sevilla. Américo se dedicó a escribir en los ratos libres que le dejaba su trabajo y pergeñó su “Mundus Novus” en el que no está muy clara la “realidad” de sus afirmaciones y de lo acontecido en sus viajes, pero gracias al cartógrafo Waldseemüller todo lo descubierto se quedó como “América” para los siglos venideros. Mala suerte que hemos tenido una vez más en la historia. Menos mal que siempre nos quedará el ex de Mecano, Nacho Cano, para dejarnos al menos con una sonrisilla en los labios con su “Malinche” y las aventuras de Hernán Cortés, fascinado desde niño con la hazaña de Colón y la joven esclava azteca con la que florecerán amores al ritmo de la música. Quizá esa versión algo edulcorada del encuentro entre dos pueblos y sus culturas podría pensarse que desvirtúa lo dramático de la conquista, pero, en el fondo, nos encamina a lo que, de verdad, podríamos llamar “Hispanidad”, esa unidad diversa del continente, esa mezcla de gentes, culturas, sentimientos, que quizá nacen más del concepto “descubrimiento” que del de” conquista”.

Al fin y al cabo, toda la historia se basa en el “relato” que unos y otros nos han ido vendiendo. El pasado no deja de ser una novela, una fabulación a la que damos forma aleatoria y maleable en función de lo que se piensa en cada instante del largo camino de los siglos. Lo que en un momento se considera válido e incluso heroico, al minuto siguiente es algo brutal y detestable.

Vespucio contó su versión, Cortés, Pizarro y los demás, la suya. Moctezuma y los caudillos incas, aztecas y mayas, otra. Literatura al fin cuando ya no tenemos el filtro de lo realmente sucedido. A este respecto, Mario Vargas Llosa achaca a la literatura, a las novelas, el milagroso efecto de impulsar el progreso de la Humanidad. Nos cuenta que el tiempo que les dedicamos no se pierde, muy al contrario. Sumergirnos en la fantasía de lo imaginado, en la reedificación de lo construido, en el recuerdo, quizá, de lo solo soñado nos hace abrir los ojos a realidades que nos hacen mejores. Un pueblo con muchas lecturas, dice Vargas Llosa, alcanza una democracia más afirmada. Quizá hoy deberíamos recordarlo.

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