Desaprender de la vida
Mi amiga dice que es tan difícil desaprender que se nos va la vida en quitarnos de la carne, de la mirada, del gesto todo lo que con tanto ahínco nos han instalado. Se nos va la vida, repito. Cuando le oímos a nuestro amigo o a nuestro tío o a nuestro compañero el comentario machista —tan normal, tan cotidiano— que casi no lo percibimos y que, casi siempre, disculpamos. Cuando el intelectual de turno —varón adulto y sabio— nos da cátedra y callamos atentas y desde abajo. Cuando ese chico del bar se acerca, te habla y te roza donde tú nunca lo hubieras rozado: “pobrecito, no se pudo reprimir, quizás yo parecía”. Cuando regresas sola a casa y ese tipo se cruza de cera y te mete la mano bajo la falda y, aun entonces, en un lugar recóndito de tu cabeza, antes de que la policía te lo diga cuando vayas a hacer la denuncia, aparece la frase que te han escrito a fuego: “sí, tenías la falda muy corta”.
Y de esta forma seguimos —carne, mirada, gesto— instaladas en esta terrible normalidad o, mejor dicho, en esta violencia contra nosotras por todos admitida.