Desafección política y verdad
Al hilo de los acontecimientos que a diario vivimos en nuestro país y en el mundo, la gente se suele preguntar ¿para qué sirve la política? Ante esta interrogante cabría hacer un ejercicio de reflexión para distinguir entre “la política”, “lo político” y “el político” términos que, aunque aparentemente suelen utilizarse de manera indistinta en el lenguaje coloquial, tienen significados diferenciados cuando se abordan por distintos autores desde el ámbito académico de la ciencia política. De una manera muy somera podríamos decir que la política se refiere a la actividad humana de ejercer el poder y tomar decisiones colectivas para garantizar el bien común de la sociedad mediante el acuerdo y el consenso. Lo político haría referencia al ámbito donde se encuentran las situaciones problemáticas y los retos que requieren una acción colectiva para su solución. Por tanto, lo político anida en la vida social y la política es propia de la vida de un Estado. Por último, el político es la persona que participa activamente en la política convirtiéndose en un actor dentro del sistema político. Parece claro que la política se define por el conflicto y la oposición entre diferentes grupos e ideas surgiendo así la discrepancia como una lucha entre diferentes puntos de vista que da forma al espacio de lo político. Esta situación debe hacernos comprender que en política no es posible alcanzar una verdad absoluta y sí la necesidad de confrontar diferentes perspectivas, no solo con la pretensión de infundir ideas, conceptos u opiniones, sino que, además, deben infundir actitudes que regulen los comportamientos mediante la reflexibilidad, es decir, la capacidad de los individuos para repensar sus actos y sus prácticas.
Desde una perspectiva democrática, múltiple y plural, en la cual los derechos democráticos individuales sólo adquieren sentido cuando son ejercidos y reconocidos colectivamente, es donde se conforma el sujeto social no unitario, o sea una forma de individualidad verdaderamente plural y democrática. En esta triple relación conceptual vivimos una crisis en la política y en lo político en la que los políticos son los actores principales en el gran teatro de la vida. Es lo que podríamos denominar la desafección política que cuestiona la obstinación de los debates, los conflictos y los desacuerdos por ser improductivos o incluso contraproducentes. Este fenómeno puede entenderse como descontento, desconfianza y malestar democrático frente a un sistema social y político que no ofrece soluciones a los problemas de la ciudadanía. Siguiendo las tesis del Dr. Torcal, gran experto en esta temática, la desafección es un sentimiento subjetivo de ineficacia, ineficiencia, cinismo y falta de confianza en la política, en lo político y en los políticos, que genera un distanciamiento, aunque en principio no se cuestiona la legitimidad de nuestro régimen político, la monarquía parlamentaria. El clima que vivimos en nuestro país actualmente dominado por los bulos, las noticias falsas para unos, verdaderas para otros, solo busca una cosa que no es otra que la desafección política. Cuando la desconfianza se hace persistente y prolongada día a día pueden ocurrir dos cosas. Una primera relacionada con el socavamiento de los valores democráticos que de esta manera se hacen vulnerables ante posiciones populistas o extremistas. Una segunda, que tiene que ver con la pérdida de la interconexión que se genera en el espacio de lo político que da lugar a la indiferencia. Son muchas las ocasiones en las que nos preguntamos, en relación con las noticias que nos golpean diariamente: ¿quién dice la verdad?, ¿qué es verdad y qué es mentira?. El apasionamiento ideológico puede inclinar la balanza hacia la verdad o la mentira, pero si realmente deseamos fortalecer nuestras instituciones democráticas y reconquistar la confianza de toda la ciudadanía, es necesaria una buena dosis de ética política que promueva la honestidad y la transparencia lejos del engaño. Necesitamos la verdad para hacer frente a la manipulación y a la desinformación y evitar así la despolitización social de la política.