Derechos personalísimos
De todos es conocido que cuando vamos cumpliendo años vamos perdiendo derechos. En ningún sitio está escrito que esto deba de ser así, pero lo cierto es que no sólo nos vamos haciendo más invisibles y prescindibles socialmente, sino que nuestras opiniones y nuestras decisiones van perdiendo valor. La causa de este proceso está en el edadismo, que en algunos ámbitos como el laboral empieza a aparecer incluso a partir de los 50 años, cuando se nos considera demasiado mayores para según que cosas. Que la lucha del edadismo debe ser una prioridad en una sociedad donde las personas de más de sesenta somos ya más que los menores de 18, resulta evidente, aunque aún cueste mucho identificar y denunciar estas conductas. La Fundación Helpage que lleva años luchando contra el edadismo estructural presenta el próximo jueves en Madrid, en el centro de estudios políticos y constitucionales un informe sobre los derechos personalísimos de las personas mayores.
Los denominados derechos personalísimos son esenciales para garantizar nuestra dignidad y autonomía. Hablamos del derecho a la vida, del derecho a la intimidad, al honor, a la identidad, a nuestra imagen, a la protección de datos e incluso a nuestra libertad de pensamiento, expresión y religión. Aunque puedan parecer grandes palabras, resultan derechos esenciales para poder desarrollar nuestra personalidad. A pesar de eso, de manera cotidiana y sobre todo en el ámbito sociosanitario, asistimos lamentablemente a una vulneración casi sistémica de estos derechos tan necesarios para seguir controlando nuestra vida. Cuando entramos en un hospital o una residencia, nadie tiene en cuenta estos derechos tan elementales. Nos obligan a compartir habitación. Nuestra privacidad desaparece e incluso nuestra capacidad de decidir nuestra ropa, controlar nuestros datos, o decidir en base a nuestras opiniones y creencias se reduce. Lo grave a veces es que las personas mayores interiorizan que no tienen derecho a exigir estos derechos fundamentales y ni siquiera protestan. Asumen como normal dormir y hacer vida en una habitación con personas totalmente ajenas a su vida. Todo un drama para algunas personas que ya han renunciado a la intimidad de su hogar. Las normativas nacionales e internacionales no son exigentes ni suficientes y deberían ser reforzadas y los profesionales del ámbito sociosanitario deberían, además, ser capacitados en el respeto a la intimidad y la dignidad de las personas mayores. Esto incluye también reconocer la diversidad de expresiones sexuales y afectivas en la vejez. Mucho se habla ahora del nuevo modelo de cuidados y en este debate resulta imprescindible adaptar las instalaciones de cuidado, para asegurar que las personas mayores tengamos acceso a espacios privados y seguros donde poder ejercer nuestra vida con autonomía, manteniendo siempre intacta nuestra dignidad. La protección de los derechos personalísimos de las personas mayores no es solo una cuestión de justicia, sino un pilar fundamental para construir sociedades inclusivas y democráticas. La dignidad y la autonomía son principios universales que deben ser respetados en todas las etapas de la vida. Es hora de incluir estos debates en la agenda política y social y mucho más en nuestras tertulias familiares y de amigos, porque de todos depende que lleguemos a la vejez con condicione adecuadas para seguir siendo nosotros mismos, aunque tengamos necesidades de apoyo.