Del fracaso a la autenticidad

    01 ago 2024 / 10:10 H.
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    Aeste espacio de reflexión al que acudo cada cuatro semanas, me gusta traer las cosas a las que vengo dándole vueltas y que comparto, vaya mi gratitud por delante, con quienes quieran dedicarle unos minutos. De este proceso, lo que más me complace es el posible feedback del lector —nos conozcamos o no, en persona o a través de las redes— que me comparte su opinión, cavilaciones, experiencias y que, normalmente, sirven como disparadores de otras temáticas, que se van abriendo. Así me ocurrió con el último escrito titulado “Saber fracasar”, que es sencillamente un aprender a fracasar, evidentemente no como objetivo o fin en sí mismo, ni para hacer una mística de cliché sobre sus virtudes y exhibirlos como medallas. A priori ese saber fracasar es bastante contraintuitivo, hasta que se despliegan todas sus implicaciones, y para ello lo mejor es el diálogo.

    Los fracasos también nos constituyen, es importante reconocer su existencia, aceptarlos y extraer sus enseñanzas. En nuestras estrategias de afrontamiento de la realidad, es clave dar lugar a la aceptación y al conocimiento apropiado, justo y certero de nuestras opciones. En todo este conocernos a nosotros mismos y mostrarnos a los demás, considero decisivo el pivotar siempre sobre la autenticidad, con uno mismo y con los demás, vivir conforme a lo que nos constituye, lo que somos, con nuestros valores y creencias, con nuestros miedos y fracasos, realidades y sueños, con nuestros límites y nuestro horizonte de sentido. Ser auténtico parece obvio y hasta sencillo, la brújula nos indica que lo suyo es ser uno mismo, cuántas veces nos decimos esas sencillas palabras, y lo que es peor, cuántas veces se las repetimos a otras personas, pero qué complicado es y cuántas implicaciones tiene. Pensar con convicción, sentir con honestidad y actuar coherentemente; todo esto parece lejano e impostado si no somos conscientes de la necesidad de autoconocimiento y autogestión que requiere. El llamado a la autenticidad, ese ser fiel a uno mismo, no debe maquillar la dificultad que entraña, ni ocultarnos el abismo que puede haber entre “conocer” y “ser”. La autenticidad reclama encontrar nuestra esencia, algo así como nuestro núcleo duro, nuestro centro, y, por otro lado, la autenticidad nos impele a determinar nuestro destino, a elegir el camino en libertad. Entre lo que somos y lo que elegimos ser, estamos obligados a articular ese “conócete a ti mismo” con “sé tú mismo”, ahí nos va la vida.



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