Defensa clerical

07 jul 2023 / 13:34 H.
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Ala zaga le andan militares y toreros, pero si hay un colectivo presa fácil de la crítica por parte de ciertos columnistas orgullosamente “progres” es el de los curas. Meterse con ellos, así, en genérico, parece que da puntos a cualquiera que quiera destacar en determinados ambientes ideológicos. Hoy, por suerte, cada uno es libre de hacer o decir lo que quiera, pero hubo un tiempo en el que hacerlo podía resultar peligroso por las influencias eclesiásticas en los aledaños del poder. Como lo hubo en el que, también desde el poder, perseguirlos, torturarlos y asesinarlos —por el simple hecho de serlo— estaba alentado y respaldado. Como diría Pío Baroja “los españoles siempre andamos con los curas, delante con el cirio o detrás dándoles palos”.

Los tapujos destapados sobre graves delitos en el seno de la iglesia justifican las más aceradas críticas. Pero no la descalificación general, ocultando tras ella la difícil y abnegada labor de la mayoría de sus oficiantes. Y así, desde la demagogia barata de globalizar condenas, dejamos de valorar la grandeza histórica —con sus miserias, ¿quién no las tiene?— de la institución y la realidad de muchas personas que con una entrega total han dedicado su vida entera al servicio de los demás. El tema de los curas dio siempre mucho juego también en el humor. Los mejores chistes verdes eran de curas. De curas verdes, claro. Eso cuando los chistes se contaban para hacernos reír a todos, no como en algunos programas de selecta audiencia, donde la norma es buscar la carcajada de unos a costa de provocar la indignación de los otros. Siempre los mismos, claro.

Ningún fanatismo es bueno y menos el religioso. De eso desgraciadamente nos estamos enterando bien en pleno siglo XXI, y no precisamente por culpa de la iglesia católica. Lo cierto es que los curas —junto a otras profesiones que hoy no toca citar— andan por esos pueblos de Dios bastante más cerca de la realidad humana y de los problemas de la gente que los gobernantes de la corte y sus bufones. El paro, la droga —que sigue siendo un grave problema— la pobreza y la delincuencia son temas que conocen como nadie porque los tratan en persona, no a través de informes estadísticos elaborados a la carta. Es injusto no pensar en eso cuando se escribe tan a la ligera sobre una profesión tan digna.

Tengo a gala —obligado entonces por el cargo— haber tenido más de una vez el privilegio de andar, no delante ni detrás, sino al lado de los curas. Que no siempre es fácil. Recuerdo con especial afecto los consejos de Eduardo Navío —recientemente fallecido y merecedor de un capítulo aparte— en mi primera procesión de San Marcos, en Beas de Segura. Seguramente la más profana que haya en el mundo. Aquello iba muy deprisa porque había que encerrar pronto al santo para poder sacar otra vez los toros, cuando, con su pierna mala arrastras, pero sin perder un ápice de dignidad, me sugirió: Paisano —así me llamaba el de Valdemarín— agárrate al carro y, pase lo que pase, no te sueltes o pierdes el sitio. Y procura mirar al suelo para esquivar las boñigas de las vacas. Cuando quise darme cuenta las había terminado de aplastar. En fin, que la libertad de expresión no está reñida con el respeto, ni el sentido del humor con la ecuanimidad. Y que siempre es más saludable reírse de uno mismo que a costa de los demás.

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