De septiembre a Jaén

    16 oct 2022 / 16:24 H.
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    Hoy es la víspera de uno de esos días a los que no siempre prestamos la atención que merecen. Mañana, 17, se celebra el Día de las mujeres escritoras. La idea partió de la Biblioteca Nacional como medio para rememorar el trabajo de aquellas novelistas, poetas y dramaturgas que no han sido suficientemente reconocidas a lo largo de la historia y cuyos nombres han caído en el olvido. Posiblemente nos vienen a la cabeza bastantes nombres de escritoras: Emilia Pardo Bazán, Concha Espina, Isabel Allende, Rosalía de Castro, Clara Campoamor, Rosa Chacel, María Moliner, María Zambrano, Concepción Arenal, Ana María Matute, Gloria Fuertes, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Mercedes Salisachs, Rosa Montero, Almudena Grandes, Elvira Lindo, Carmen Conde, Julia Navarro, Matilde Asensi, Eva Sáenz de Urturi o María Dueñas por entresacar solo algunas. Quizá su renombre nos ha hecho olvidar que la historia de nuestras letras tiene también a otras mujeres “escondidas” que no debemos dejar en esa secular amnesia que rodea su trabajo.

    Hay casos como el de Caterina Albert que merecen ser contados. La autora escribió “La infanticida” a finales del XIX recogiendo furibundas críticas profundamente sexistas que provocaron que se ocultara tras un seudónimo masculino, Víctor Catalá, tras el que sí que consiguió evitar la reprobación de sus trabajos como mujer. Otra mujer olvidada es Carmen de Burgos. Quizá para situarla deberíamos indicar que su novela “Puñal de claveles” (1932) inspiró a Lorca para sus “Bodas de sangre”. Carmen, que firmaba sus trabajos como “Colombine”, fue la primera mujer con una columna fija en un periódico nacional.

    Un caso sangrante es el de María de la O Lejárraga, novelista, dramaturga y ensayista. Escribió gran cantidad de obras, pero todas ellas firmadas con el nombre de su esposo, Gregorio Martínez Sierra. Un total despropósito. El listado es largo: Rosario de Acuña fue la primera mujer que leyó en una velada poética del Ateneo de Madrid. Ernestina Champourcin, Concha Méndez, Maruja Mallo, María Teresa León, Josefina de la Torre, grandes olvidadas de la Generación del 27 o Faustina Sáez y Carmen Karr en la del 98. Echando la vista más atrás, ahí están Leonor López de Córdoba, autora de la primera autobiografía en lengua española a principios del XV, Beatriz Galindo “La Latina”, María de Zayas, a quien plagiaba sus textos su marido, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado o Fernán Caballero, seudónimo de Cecilia Böhl de Faber, ya en el XIX.

    El reconocimiento de la labor de las mujeres escritoras ha sido hasta hace poco tiempo una asignatura pendiente. Era ya hora de dar el honor y el lugar que merecen estas “diosas” en el olimpo de nuestras letras.

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