De ríos y arroyos

    05 jun 2024 / 09:12 H.
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    Dice la Biblia que del Edén salía un río que se repartía en cuatro ramales cuyos nombres son: Pisón, Ghión, Hiddekel y Éufrates. Desde los viejos griegos, el río es metáfora del tiempo. La metáfora de la vida como un río es atractiva, pero desmesurada, una vida larguísima, repleta de experiencias caudalosas, con muchos afluentes enriquecedores, destinada a un itinerario de progreso constante. Los mitos fundacionales de muchas civilizaciones tienen que ver con los ríos, que terminan hallando el mar, el misterio de lo insondable, que alimentan con su propia muerte. El arroyo es despreocupado y arbitrario, pero su vida, corta y contradictoria, se parece a la nuestra. Como ellos, nuestro caudal es incierto; y el recorrido, precario. El arroyo tiende a secarse, vive largos periodos de impotencia, se llena de lodo, se confunde con el fango. Pero, cuando llueve, su curso se renueva, alegre y vivo. Estos tienen un recorrido esforzado y patético como la peripecia humana, que es capaz de soñarse poderosa como un gran río, fantaseando grandes éxitos, pero que, al despertar, se descubre tremendamente frágil. Entre montes áridos, a orillas de los grises suburbios periféricos, el escaso verde que emerge, se debe a la acción benéfica de los arroyos.



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