De poder a poder

02 feb 2023 / 16:30 H.
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Cuando una sociedad pierde el norte acaba siempre por echar mano de los clásicos. Es el caso del barón de Montesquieu, que —como el Guadiana— resurge, y aparece hoy tan fresco y oportuno como hace trescientos años recordándonos, entre otras cosas, la importancia de la llamada división de poderes. El motivo de su reaparición no es otro que el creciente desprecio a las reglas del juego político definidas en sus escritos. La cuestión ha llegado a límites escandalosos, por las recientes actuaciones de un gobierno desde el que, con inusitado descaro, se ofende a los jueces o se pervierte la función parlamentaria. Se trata, ni más ni menos que de controlar —precisamente— a los poderes que te tienen que controlar a ti. A veces da la sensación de que es el gobierno el que fiscaliza a la oposición. El intento de globalizar el poder no es nuevo ni se queda sólo en la política. Se puede visualizar en el planeta de los toros, porque el lobby de los tres o cuatro que mandan en la cosa se encargó, hace ya tiempo, de anular esos contrapesos en las relaciones del toreros, ganaderos, empresarios o apoderados. Y claro, esto hoy funciona de otra manera. No hay más que echar un vistazo a los carteles de San Isidro, que ya están a la vista —y a la venta— para darse cuenta del cambio de baremo. Dejarse un toro vivo un año se compensa con tres tardes al siguiente, mientras que jugársela por derecho o torear a cámara lenta, como —sin ir más lejos— hicieron toreros de esta provincia, puede dejarlos fuera de la feria. Será cuestión de estrategia empresarial para poder hacer caja tres meses antes de empezar. Atrás quedaron aquellos tiempos en los que la relación entre los distintos agentes de la fiesta se llevaba a cabo “de poder a poder”, como en la suerte de banderillas. Partiendo a la par, dando sitio y cuadrando en la cara. Lo que se dice mandar, alguien tiene que mandar, eso está claro. Pero por desgracia la condición humana —“nadie somos perfectos” diría Juncal— tiende siempre a expandirse, de tal forma que —como también decía el barón— el poder, sobre todo en política, tiende siempre al abuso. Tanto es así que cuando se tiene o se quiere tener más de la cuenta se pierde el sentido de la realidad y se olvida uno del porqué y para qué está donde está. Y entonces llega la tentación de inventarse otra realidad distinta a la que legítimamente le corresponde, forzando situaciones críticas y haciendo de la política —o de la pecunia— no un medio sino un fin en sí misma. Y claro, estorban los jueces que, como no han llegado a serlo por los votos sino por los estudios, deben aplicar la ley tal como entienden ellos que se debe hacer y no como le interese a nadie en especial. El respeto entre los diferentes ámbitos es fundamental para el equilibrio de cualquier democracia. Cuando en la vida empezamos a confundirlo y politizarlo todo estamos abriendo las puertas al totalitarismo. Cuando nada escapa del poder político es cuando de verdad corremos peligro. Cuando la libertad se diseña, deja de ser libertad. Y cuando la fiesta se controla, deja de ser fiesta. Que por cierto, también de fiestas y de lo que significan para el pueblo escribió el filósofo ilustrado francés: “Podréis cambiar las leyes de un pueblo. Podréis incluso atentar contra su libertad. Pero no se os ocurra nunca tocar sus diversiones”. Que así sea.

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