De lágrimas y meteoros
Esta canícula de altos mercurios bien hace gala del pavor que tuvo que soportar el bueno de San Lorenzo, enviado a morir sobre una parrilla en tiempos de Valeriano, tras un alegato que hoy, visto el devenir de la Historia seguramente avergonzaría al propio mártir. No le hizo gracia al prefecto de Roma que aquel joven diácono de origen hispánico cometiera la osadía de presentase en su palacio a lo Pablo Iglesias con un nutrido grupo de mendigos, pobres y viudas a las que él asistía, cuando el prefecto le había inquirido a entregarle las riquezas de la Iglesia en un plazo de tres días, recién ejecutado el papa Sixto. El exquisito cinismo con que el santo, rodeado de su execrable camarilla, le hizo reparar en que esos eran los verdaderos tesoros de la Iglesia, supuso para Lorenzo una de las ejecuciones más encarnizadas de la tradición cristiana.
Precisamente en su onomástica nuestro planeta entra en la órbita del cometa 109P/Swift Tuttle y las pequeñas partículas desprendidas por el cuerpo estelar son atraídas por la gravedad terrestre, alcanzando la incandescencia característica de los meteoros que entran en contacto a gran velocidad con el oxígeno de nuestra atmósfera.
Siempre ha existido una especial fascinación por la observación del cielo. Desde la Edad Media se atribuía este fenómeno veraniego a las lágrimas de San Lorenzo en el sopor de su lento martirio. En tanto fijamos la vista a la infinita cartografía celeste, nos asaltan toda clase de preguntas acerca del misterio de la existencia y la correlación del tiempo cuando comparamos la fenomenología terrestre con los periodos astronómicos. Sobrecoge, por ejemplo, pensar que muchas de las estrellas que vemos brillar desaparecieron hace miles de años.
Sin embargo, el temor a la extraña edad a la que se aventura nuestro planeta no responde precisamente a sus aproximaciones orbitales. Más bien, el conjunto de acontecimientos que se van sucediendo a la manera del primer tercio del pasado siglo. La imparable crecida de la extrema derecha en las instituciones europeas, la inestabilidad de democracias estables como la estadounidense, al borde de erigir los destinos del país a quien las investigaciones apuntan como presunto instigador de aquel terrible asalto al Capitolio que presenciamos en directo, así como la situación de Ucrania y la violación de derechos humanos en la Franja de Gaza, no pueden hacer ajenas las fiestas de los cabarets, como en aquellos felices veinte en que las lupas ambicionaban los preciosismos de Lalique, mientras se gestaba el período más oscuro de la modernidad, que también con la ayuda de fake news, propugnó el ascenso al poder de Adolf Hitler. Sería un pecado imperdonable repetir la Historia, una vez conocidas las inasumibles consecuencias de la barbarie que el fascismo perpetró en la misma Europa que había cedido los Sudetes a la calculada melomanía del Führer, motivo de llanto para los cielos.
La última vez que me propuse disfrutar el fenómeno celeste de las Perseidas, busqué un lugar alejado de Granada. Lo pensé idóneo por su apartamiento, pero una ruidosa familia se me había adelantado. Preparada con toda suerte de provisiones, allí se plantó la tropa como si se dirimiera el ganador de un reality. Afortunadamente, aburrida por la falta de astros voladores, se largó pronto. Hecho el silencio, como en esos cuentos con moraleja que hablan del valor de la paciencia, conseguí cazar al menos una estrella fugaz aquella noche. El deseo, por cierto, que sucedió a su avistamiento aún está por cumplirse.