De la rectificación a la estafa

    02 may 2024 / 08:48 H.
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    Rectificar es de sabios”, se nos dijo siempre, como si este adagio nos ennobleciera; como si se condecorara nuestra sensatez y sapiencia; como si se revelara nuestra madurez frente a las arbitrariedades y otros atropellos. Es cierto que costaba trabajo dar el paso y reconocer nuestros errores, pero la recompensa primaba sobre la decisión tomada, la mayor parte de las veces, a regañadientes. Era sentirse satisfecho por el deber ético de cumplir con la palabra dada y proseguir con la condición preclara de los humanos que, a lo largo de la historia, nos ha distinguido. Rectificar era de sabios. Ahora podría decirse lo contrario. A la concurrencia le importa un pimiento lo que un arrepentido dice o deja de decir, salvo honrosas excepciones.

    Para reparar hay que estar predispuesto, si no es facilísimo vender un montaje basado en la falsedad. En los tiempos que corren se dice aún que hay enmienda o corrección y así se reconoce. El problema gravita en que cuando sólo han pasado unas horas se cambia de criterio y lo que era rectificación ya no lo es tanto. A la enmienda anunciada a bombo y platillo se le añaden reajustes con el fin exclusivo de mantenerse en las trece de cada cual.

    De la falsa rectificación a la estafa hay sólo un paso. Y como todo transcurre tan deprisa, es embarazoso recordar con precisión lo que se dijo, o si se propagó adecuadamente. Si solamente fueron unas palabritas en un escenario restringido, apaga y vámonos. Cuantos menos se enteren, mejor para el que repara.

    La sociedad está necesitada de rectificaciones continuas, pues nadie está en posesión permanente de la realidad. Siempre habrá energúmenos que sostengan lo que oyen de este o aquel, por sus concomitancias o porque sí. En tal caso, lo rectificado carece, por sí mismo, de cimentación. El fraude sustituye a la corrección en poco tiempo. La verdad campea entonces despistada y huérfana por una besana de barbechos incontrolados. Me-nos mal que la verdad será siempre la verdad, como se afirma en la estrofilla machadiana: “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.”

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