De héroes y carencias

26 mar 2020 / 16:28 H.
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Estos últimos años los medios de comunicación, en la línea de la más vil propaganda, se han hartado de repetir que el sistema público de salud de España era de los mejores del mundo. Se está comprobando lo relativo de esos pódiums, advirtiendo hasta dónde alcanzan sus bondades. No cabe duda de una cosa, y es que los profesionales que nos cuidan son auténticos héroes en estos tiempos de carencias, y que lo han venido mostrando reiteradamente durante la última década de recortes y degradación del sistema, el cual ha ido empeorando y desestructurando los servicios esenciales y los no tanto. Los datos comparativos frente a Alemania, Bélgica, Francia e incluso Italia son escandalosos, duplicando y triplicando allí la capacidad de camas en UCI, medios, instrumentos y herramientas, respiradores y máquinas de cualquier índole, logística, ratio de médicos y enfermeros por cada mil habitantes, y así un largo etcétera de agravios. Aquí se criticaba aquello de que no podía haber sanidad para todos, a fin de justificar los recortes y, lo peor, la privatización que, a corto plazo, ha repercutido en los bolsillos de los de siempre, dejándonos en mantillas. Negocio: llamarle gasto a la inversión. La vara de medir del neoliberalismo ataca a lo superfluo, haciéndonos creer que la burbuja en la que flotamos es lo real, y que durará siempre o que nos pertenece por derecho propio.

Independientemente de que ningún país esperaba esto, y que ha desbordado cualquier coyuntura, ahora se están recalcando las escaseces. En España la industria farmacéutica brilla por su ausencia, como las inversiones en investigación y conocimiento, y eso debería significar una reforma profunda de los presupuestos, en cuanto a prioridades. Este país, dedicado al turismo y al sector terciario fundamentalmente, muestra sus vergüenzas pero también sus hazañas, porque no hay que olvidar que al igual que se están viendo las peores cosas, de igual modo asistimos a las mejores. Desde la II Guerra Mundial no se había sufrido algo similar, y occidente ha disfrutado como sibaritas de la molicie, sin conocer el otro lado. Mucha gente se pregunta si después de esta crisis, en el caso de que pase en unos meses, o llegue la vacuna, que posiblemente se erigirá en la única solución; se pregunta si el mundo va a cambiar, si el capitalismo se refundará y si se primarán las cosas que de verdad merecen la pena como la sanidad, la educación, las pensiones, la dignidad del trabajo, el fin de la pobreza y, en general, un reparto global más equitativo de la riqueza de los recursos planetarios. Si ahora apreciamos más que nunca un paseo vespertino, porque no lo podemos dar, o salir a tomar unos vinos, porque se hallan los bares cerrados, asimismo nos damos cuenta de lo disparatado de la inercia de un mundo que invierte más en armas que en investigación biosanitaria.

La mala conciencia del capitalismo, esa misma que surge con la burbuja ideológica del consumismo y la injusticia social, que creemos falsamente por derecho propio, no es ninguna novedad, pero sí lo es la respuesta individual que se ha organizado respecto a un problema público de extrema gravedad como este. Solo la combinación entre intereses públicos y privados nos sacará del atolladero en el que nos encontramos, el esfuerzo de unos y de otros y la buena voluntad. No la fe, sino la voluntad mueve montañas.

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