De golpes y asonadas

    23 feb 2020 / 11:57 H.
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    Hay días que tienen oído, olfato, vista e incluso tacto si los rescatamos de su retiro en el discurrir de los almanaques. En esos días, uno de ellos tal como hoy, algo olía a golpe, sonaba a disparo y se vestía de ondas televisivas emergiendo de un maremágnum de inquietud y sorpresa. Había dedos que apretaban gatillos, gargantas que promulgaban consignas a la espera de un elefante blanco, militar por supuesto, y corazones, hígados e intestinos que, impactados y temerosos, dejaron de funcionar ignorando si volverían alguna vez a su ritmo anodinamente cotidiano o caerían mártires de una libertad que se escapaba a empellones de latido desbocado. Hay días, y hoy recordamos el que acaeció en esta misma fecha allá por 1981, en que tocaba sentarse ¡coño! Con los pies colgando de un escaño que ocupábamos todos mientras el asfalto vibraba —quien sabe si con ardor guerrero— al paso de tanques noctámbulos. Tocaba asomarse a la pantalla del entonces PAL color o al transistor que se transformaba, minuto a minuto, en un apéndice de nuestra propia oreja. Tejero, aquel teniente coronel, fue el autor de las famosas palabras “Todo el mundo al suelo", que, en efecto, estuvieron a punto de dejarnos a todos las rodillas como si volviésemos del recreo en busca de la misericordiosa mercromina.

    En aquel momento nos pareció que la historia brotaba de nuevo de la fuente del recuerdo. Solo mirando un poco hacia atrás, con ira y preocupación, nos encontramos con los mil y un pronunciamientos, golpes, asonadas, algaradas e intentonas de muy diverso pelaje que han sacudido los días de nuestra España a lo largo de los últimos siglos. La entrada, luego desmentida, del general Pavía en las Cortes a lomos de su caballo se presenta como uno de los episodios más épicos, pero en el caldero de la historia hay muchas más páginas que tienen como protagonistas a Sanjurjo, Torrijos, Primo de Rivera, Riego, Franco, los sargentos de la Granja, Prim, Martínez Campos y tantos otros.

    Los golpes han ido fluctuando “del uno al otro confín”, es decir, los hubo progresistas y conservadores. Sus fines, siempre los mismos: devolver a la patria lo que se consideraba perdido en uno u otro lado del espectro. Algunos triunfaron. Otros se apagaron como el pábilo de una vela, pero todos nos hirieron de una u otra forma. Hoy nos parece vivir alejados de esos trances, pero hay sombras peligrosamente cercanas, según sentencia judicial, que para algunos se parecen demasiado a un intento de golpe de Estado. Ya que tenemos tanta experiencia en el tema, deberíamos ponernos de acuerdo en aplicar la justicia a sus causantes en la medida necesaria y aparcar odios y desencuentros en aras de un futuro común. No más golpes, por favor.

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